Mama, ¿qué será lo que tiene el negro? Digo, ustedes que tuvieron la fortuna de parir hijos e hijas descendientes de africanos en las tierras prometidas del Caribe y el Pacífico colombiano, ¿cuál es el secreto?, ¿cuál es la magia?, porque las olimpiadas actuales nos muestran a unos afrodescendientes con el uniforme de Colombia realizando unas proezas que nos tienen con el corazón en vilo a todos en este país, y en el ámbito deportivo mundial ganando medallas que nos posicionan en sitios de privilegio a la hora de sacar cuentas, por encima de países del área con mayor desarrollo deportivo. ¿Quiénes son estos “negritos”?
Son deportistas que se hacen desde situaciones extremas de desventajas económicas, educacionales, sociales, raciales, y, por tanto, se entrenan en escenarios deportivos sin las condiciones mínimas requeridas para un atleta básico en cualquier disciplina. Eso es un tremendo hándicap para desarrollar el potencial de un deportista; no es un nivel cero, es un nivel menos uno, las posibilidades de triunfar son pocas. Quedan dos únicas alternativas para estos atletas: un golpe de fortuna o el largo camino hacia la gloria desde las peores condiciones posibles.
La historia de nuestros atletas afrodescendientes confirma –desde olimpiadas– que ni la buena fortuna ni el Estado son confiables a la hora de intentar el sueño olímpico en un país en el que bajan del avión a un entrenador, también afrodescendiente, para darle cupo a un político “blanco”. De tal manera que, los deportistas que han alcanzado el podio, lo han logrado con base en un esfuerzo personal en íntima comunión con su entrenador en un trabajo del que nadie sabe, ni el Estado por abandono, ni los medios porque no es noticia.
Todas sus historias son iguales: el gueto, las dificultades económicas, la discriminación, la promesa fallida del patrocinador o del político, la supervivencia, el enorme sacrificio de pasar por encima de todo eso y asistir de manera imperturbable a los entrenamientos. De todo esto, precisamente, es de donde nace la fortaleza mental para llegar hasta el podio, no de conseguirle una casa a la mamá. Eso, a lo sumo, es motivación, pero la lucha en solitario contra la adversidad y la constancia en el trabajo es lo que tiempla el acero.
¿Han escuchado cómo se expresan? Es una delicia escucharlos hablar, muy educados –aún los que no han tenido educación formal completa–, con las palabras escogidas, nada de aspavientos, nada de triunfalismos, convencidos de sí mismos dentro de una modestia sincera. Esa decencia en el trato, esas buenas maneras, esa educación no son cosas que se aprenden en la calle o en el gimnasio, eso se mama en el seno materno, a través de un pezón negro que transmite una cultura ancestral de lucha, de superación como seres humanos, de igualdad de derechos y espacios que el resto de la mayoría.
Black is beautiful.
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