Tomás de Iriarte escribió la fábula El pato y la serpiente en el mismo momento en que se iniciaba la Revolución Industrial en Europa. La moraleja de esta alegoría, escrita en verso, es un ejemplo de la mentalidad que originó esta manera nueva de abordar los procesos de desarrollo y la vida misma: es mejor ser especialista en una sola cosa que pretender saber de muchas.
250 años después, este planteamiento es una verdad que nadie discute. El Renacimiento y sus paradigmas, representados en hombres que se paseaban con comodidad por las distintas áreas del saber, ya estaba muy lejos de la mentalidad de Iriarte y, por supuesto, para nosotros resulta casi una broma de museo. El mundo necesita de personas expertas en una sola cosa; así nos educan, así educamos, así, como bueyes mirando hacia adelante. Es por eso que no resulta extraño encontrar a un necesario y bien pagado ingeniero que jamás ha leído un libro en su vida y que no es capaz de redactar una carta de media cuartilla; tampoco lo es toparse con un filósofo, innecesario y desempleado, que no tiene la menor idea de cómo hacer una regla de tres. Creo que el mundo es ahora, para bien y para mal, un reflejo de este talante.
Por estos días aparecieron en la prensa dos entrevistas a dos representantes distintos de lo que llaman “la intelectualidad” contemporánea, en las que se refieren al tema.
Por una parte, el periodista Andrés Oppenheimer sostiene la tesis de que América Latina necesita más matemáticos. “No tengo nada en contra de los poetas, me gusta la poesía, pero estamos creando demasiados sociólogos, poetas y periodistas, y pocos científicos y técnicos.”, afirma, como excusándose de tener que criticar lo que él llama una “idealización de las humanidades”. Remata diciendo que en este lado del mundo (y también en Estados Unidos) abundan los taxistas con una “extraordinaria cultura general” que en realidad son inútiles, tal vez por taxistas o por cultos. No sé en qué ciudades ha montado en taxi Andrés.
Por otro lado, George Steiner, uno de los más importantes pensadores vivos, refiere con pesadumbre el hecho de que la ciencia ha sido capaz de reproducir talentos prácticamente en cada generación desde el siglo XII. Newtons, Darwins, Einsteins, Hawkings, nacen, se educan, investigan, descubren, enseñan; la ciencia no se detiene y eso es bueno para la humanidad. “El instinto me dice que no tendremos un nuevo Shakespeare ni un Mozart ni un Beethoven ni un Miguel Ángel ni un Dante ni un Cervantes el día de mañana. Pero sé que tendremos nuevos Newton (…)”, afirma el sabio francés, desde la lucidez de sus 87 años. Y concluye: “Esto me asusta, porque una cultura sin grandes creaciones estéticas es una cultura empobrecida”.
Son dos visiones del mundo separadas por la edad, (51 y 87), por la geografía (Miami y Cambridge), por la zoología (una serpiente y un pato) y por el hecho de que uno de los dos entrevistados ha sido muy afortunado cuando viaja en taxi, mientras que el segundo sigue pensando el mundo en 5 idiomas, sentado en su biblioteca.
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