Cuenta la historia, a veces con carácter científico y en ocasiones con realismo anecdótico, que después de que fuesen depuestos los reyes de Francia en el principio de la Revolución, los principales grupos políticos, Girondinos y Jacobinos, se sentaban en la Asamblea Nacional unidos en un solo bloque, unos a la derecha de la presidencia y otros a la izquierda. Y que de ahí provienen los eufemismos que han perdurado con los siglos en los que señalan a los derechistas de autoritarios, rígidos y enérgicos en el poder y los controles del Estado, y a los izquierdistas como los pensadores más libres, con gran laxitud para las funciones del Estado dentro de los límites legales, amigos de la libre oferta y demanda. Hasta ahí la historia.
Siempre nos ha parecido anacrónico esta división lexicográfica. Sobre todo en el mundo moderno en el que las fronteras ideológicas van desapareciendo, tanto por el avance arrollador de las tecnologías como por el cinismo impertérrito de los políticos detrás del poder que, a cada momento, inventan nuevas doctrinas tan vacías como absurdas. Pero aun así, en América Latina, para no irnos muy lejos, los ciclos que se han vivido cada cincuenta o setenta años van demostrando como péndulos políticos que la vida cotidiana y la política, por supuesto, son un constante circo: cada día, cada época, la opinión pública y los ciudadanos, quieren ver caras nuevas, otros estilos, diferentes modelos. Inclusive, nuevas formas de sentirse gobernados.
Bajo figuras propias o ajenas como liberalismo de izquierda, conservatismo de extrema derecha, comunismo, socialismo, nuevo socialismo siglo 21, en fin, disfraces. La verdad es que todos estos modelos de izquierda en el presente han venido fracasando, posiblemente se exceptúa Uruguay que hizo un ensayo con Mujica y un legislativo que lo apoyó, pero todavía la historia no ha dado su veredicto. Pero basta pasar la mirada por Argentina, Chile, Paraguay, Ecuador, Brasil, Bolivia o el aberrante caso de Venezuela, para percibir que estos modelos llamados de izquierda vienen fracasando poco a poco. Se consolida más el fracaso en Nicaragua, donde la gente es hoy por hoy, literalmente, oprimida por el poder dictatorial del sargenton Ortega.
Colombia se ha mantenido un poco apartada porque ha enfocado la diatriba hacia adentro de su propio vientre. Y tenemos cerca de veinte años de gobiernos y congresos de centro, para significar que seguimos en la onda de no inclinarnos ni para la izquierda ni para la derecha. Pero en Bolivia, Evo ya fue notificado: No más; en Brasil, el cotarro está para alquilar balcón pero se insinúa un cambio hacia el centro, ante el fracaso de Lula y sus seguidores. Argentina saltó de un extremo a otro y Chile se prepara para regresar a un régimen de centro. Ecuador se defiende, pero la mordaza a los medios de comunicación terminó minando la estabilidad de Correa. Maduro, aquí al lado, caerá pronto, o por la fuerza o por un método conciliatorio, pero ya el país llegó al límite. En fin, el péndulo político se direcciona diferente. Ya los suramericanos, en un número que puede llegar a los doscientos cincuenta millones de personas, quieren pronto un cambio de estilo y personas. Que el circo se renueve.