Ahora que el presidente Santos le ha declarado la guerra a las bolsas plásticas, siento que ha llegado el momento de proponer una herejía. Una herejía de índole musical. Sugiero que las medidas que se adopten se extiendan a la canción Plástico, de Rubén Blades. Al igual que las bolsas, hacemos uso de ella indiscriminadamente, inconscientes del daño ambiental que causamos.

Como millones de latinoamericanos, también he cantado y gozado esos versos reprochones, que señalan con un dedo inquisitorial a esa chica y ese muchacho plásticos, de esos que uno ve por ahí. Ellos simbolizaban los males de América Latina. Ellos, tan apegados al dinero que “prefieren el no comer por las apariencias que hay que tener”, algo que, 27 años después de haber oído la canción por primera vez, aún no he podido verificar. Lo siento, pero nunca he conocido a una persona que, bajo ninguna circunstancia, “prefiera” no comer.

Y es que Plástico es un himno a los errores más pueriles del pensamiento de izquierda. Promueve el desdén por el lucro, como si mejorar las condiciones materiales de la vida no fuera un empeño legítimo, y como si el dinero no se transformara a la larga en salud, educación y bienestar. (Y en discos de Rubén Blades). Caricaturiza las aspiraciones de la clase media, en la que las mujeres “sueñan casarse con un doctor” (¿qué tiene de malo querer casarse con un doctor?), donde los muchachos “discuten qué marca de carro es mejor” (comparaciones que hace cualquiera cuando va a comprar cualquier cosa) y donde los edificios son “cancerosos” (supongo que porque se multiplican, pero, ¿dónde pretendía Blades que viviera la gente?).

En síntesis, ¿qué tiene de malo que las personas quieran ser más prósperas, quieran “andar elegantes” y, sí, quieran “sudar Chanel Number 3” o usar cualquiera de los productos que, gracias a la economía de mercado que la canción menosprecia, dejaron de ser un privilegio de millonarios y hoy son un bien de consumo más, al alcance de buena parte de la clase media global? Y aunque la canción ordene pensar en otras cosas, millones de pobres sueñan justamente con entrar un día en esa clase media, pues saben que es la mejor manera de mejorar la calidad de su empleo, de su educación, de su nutrición, de su tiempo libre.

En realidad, Plástico sigue siendo una de mis canciones favoritas, solo que ahora la canto sin la excesiva seriedad de los adolescentes. A los genios les perdonamos muchas cosas, y la obra del maestro Blades en nada la disminuyen esos versos de rebeldía juvenil, del tipo “nunca vendas tu destino por el oro y la comodidad”. ¿Cuál destino?, pregunto yo. ¿Quién anhela vivir incómodo? ¿El oro y la comodidad no pueden ser un destino también?

Pero hay quienes se toman en serio la canción. Incluso sociedades enteras. Lugares como Cuba y Venezuela, cuyos alucinados caudillos se propusieron fabricar la sociedad antiplástica. No vendieron su destino. No se dejaron confundir. Buscaron el fondo y su razón. Y, vaya, cómo les fue de bien. Su pecado, creo, fue no conocer a fondo la letra. Si al menos hubieran recordado el verso que advierte contra los “modelos importados, que no son la solución”, tal vez no habrían importado el socialismo estalinista que los jodió. Qué fallo.

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