Nadia Fink, la espléndida escritora argentina que estuvo el pasado fin de semana en el Carnaval de las Artes, nos presentó un nuevo modelo de princesas: son mujeres que creen en la libertad como esencia, buscan la justicia donde quiere que se ausente, y creen que solo el amor es capaz de resolverlo todo.
En ese empeño ha contado la historia de tres heroínas latinoamericanas: la pintora mexicana Frida Kahlo, la cantautora chilena Violeta Parra y la líder de la revolución del Río de la Plata Juana Azurduy.
Además de una actitud contestataria que derrumbó los paradigmas de las suyas y todas las épocas, esas mujeres se juntaron, a pesar de su andar distante, alrededor de un elemento capital: la confianza en la belleza interior de las personas, que supieron encontrar más allá de los cánones sociales y estéticos que las rodeaban.
Con paradigmas parecidos a esos, entre nosotros también encontramos antiprincesas.
Las hay maestras de escuela que se consagran cada día a formar generaciones de ciudadanos en los lugares más apartados, o defensoras de derechos humanos que velan por las sonrisas de sus semejantes, o luchadoras que rescatan las tierras que la violencia quitó a los campesinos, o mujeres que acompañan desde un bordillo a los maridos que yacen en calabozos solitarios, o madres que le pelean al sistema una cita para la enfermedad compleja de su hijo, o hacedoras culturales que les ponen velas a las noches eternas de un fandango que pocos sienten.
Las hay también inspiradoras de acciones contra la agresión física, bien a la manera de leyes reivindicatorias que llevan su nombre o de denuncias públicas que ponen en cintura a los maltratadores escondidos en posiciones de alta alcurnia.
A ellas no las asisten hadas madrinas que garantizan los sueños más livianos de sus seres tutelados, o príncipes encantados que con un beso podrían acabar los hechizos de sus trances trágicos.
De hecho, podrían asistir todavía a los dramas que dejan huellas.
Pero son altezas. De carne y hueso. Princesas a las que el sol de sus búsquedas tiñó los hombros o a las que una calamidad tras otra curtió la piel agobiada por los desazones. Referentes de otras princesas de la misma carne y los mismos huesos, que van moldeando su vida y las otras, con los afectos infinitos del altruismo y la dedicación.
Sus angustias, cuando las hay, no son menos crudas que las de aquellas protagonistas de los cuentos clásicos, que quién sabe cómo hicieron para superar el trauma por un padre que no estuvo cuando su madrastra las envenenó, o el secuestro de un dragón que las abrazaba con su aliento infernal.
Y, sin embargo, no desfallecen. Viven su prueba. Se levantan y buscan la luz. Son admirables no por el drama inmisericorde que nunca debió pasar sino por el coraje y el tesón. He ahí el blindaje de mujeres como María Fernanda Bustillo, mi heroína del día de hoy.
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@AlbertoMtinezM