Posesionado ya el nuevo alcalde, los habitantes de Barranquilla estamos expectantes por lo que ocurrirá en los próximos cuatro años. Todos los seres humanos aspiramos a vivir cada vez mejor, y la figura del alcalde puede favorecer este anhelo.

En estos días he leído una interesante entrevista al exalcalde de Barcelona, Jordi Herrera. Para él, si queremos una ciudad próspera y especialmente habitable, más que posicionar una marca, se debe tener un proyecto colectivo. Saber qué tipo de ciudad queremos tener, y trazar un relato que nos lleve allí de manera colectiva. Sin un proyecto colectivo, asegura él, la ciudad seguirá creciendo; pero, en lugar de ser guiada por el colectivo de habitantes y sus gobernantes, será el mercado el que mande, con consecuencias imprevisibles.

El mercado es ese lobo genial, obsesionado con el fin de lucro, que solo persigue la máxima ganancia. Al vendedor de autos le interesa aumentar cada día sus ventas. El constructor de edificios no estará pensando en zonas verdes, sino en cómo puede construir el mayor número de metros cuadrados en el espacio de que dispone; incluso, como se ve en algunas construcciones de la ciudad, arrebatando el espacio público del peatón para ofrecer parqueaderos para visitantes. El vendedor de avena se apropia arbitrariamente del espacio público para conseguir sus ingresos, y así estamos en manos del mercado.

Ningún cambio social es perfecto. Hay problemas, hay errores. Junto al progreso hay un aumento del desorden paralelo al orden que se busca, que puede llevar a un estado de caos. Esa es la sensación que se tiene cuando se desborda la criminalidad en la ciudad; o en la movilidad en las horas pico, cuando cada conductor —con su ingenio y su agresividad— trata de avanzar con su vehículo como sea.

Para el exalcalde de Barcelona, el mercado no es negativo para la ciudad. Al contrario, trae fuentes de trabajo, riqueza, prosperidad para muchos. El peligro está en que sea el mercado el que maneje la ciudad.

No se puede desconocer que, arriesgando capital político, la anterior alcaldesa inició una serie de obras de infraestructura con proyección de futuro; sin embargo, falta profundizar un relato de ciudad que todos nos apropiemos, construyendo mayor cultura ciudadana, donde se asuma que el interés común debe estar por encima del privado. Cada vez vemos cómo no se respeta la ciudad. Una pequeña muestra es el pequeño y hermoso parque Rosado, convertido en letrina para perros de estrato seis; o cuando vemos las toneladas de basura que quedan tiradas en los parques un fin de semana.

Los dos últimos gobiernos municipales han sido eficientes realizadores. Pero hoy necesitamos, además, la construcción de un relato colectivo, como lo tienen asumido la mayoría de los habitantes de las ciudades que poseen una equilibrada relación Estado-mercado.

Muchos líderes aseguran que Barranquilla es una ciudad con un futuro esplendoroso. Pero eso no ocurrirá por arte de magia. Dependerá de cada uno de nosotros. Crecimiento económico por sí solo trae más desigualdad y desorden.

Sin querer pontificar, el equilibrio entre Estado, mercado y sociedad civil nos puede ayudar a vivir en una ciudad que cada día sea mejor para todos.

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