“Dale mujer, limosna al mendigo, que no hay en la vida nada,
como la pena de ser ciego en granada”

Hay ciudades de ciudades. Las hay, de esas que prefieren esconder las huellas del tiempo para aparentar lo que no son. Y, las hay, sensatas y dignas, que se enorgullecen de su verdad y de su pasado.

Granada es una de ellas. Tanto así, que si París es la ‘Ciudad luz‘; Granada es la Ciudad de la luz, porque tiene una legendaria Universidad que la ilumina.

Y es que, a decir verdad, no se advierte si la Universidad es Granada, o Granada es la Universidad. Sus miles de turistas que a diario llegan con la expectativa de subir al Alhambra (uno de los monumentos más visitados del planeta), se confunden con las romerías de estudiantes que provienen de todos los rincones del mundo.

Ambos, parecieran querer ganarle tiempo al tiempo para no perderse la oportunidad de degustar en las mieles de la historia y del conocimiento.

A mí, particularmente me agrada escuchar a mis compañeros de estudio que provienen de

Cartagena de Indias, cuando expresan; “Joda! Cuando Pedro de Heredia desembarcó en 1533 para fundar nuestro Corralito de Piedra, ya Carlos V había fundado la Universidad de Granada”.

Lo que no sé, si ellos saben es que, cuando Colón llegó a América, ya la Universidad de Salamanca tenía casi 300 años de existencia. Y, ni que decir de la de Bolonia, en Italia.

Y, como si fuera poco, la ciudad de Granada fue el último reducto de los árabes, antes de ser expulsados tras permanecer más de siete siglos en España. Quizás por eso, algo, que esta ciudad no puede ocultar es, el encanto de su gente; la exquisita gastronomía y la belleza de sus mujeres, que al parecer el tiempo no le ofrece espacio para la tristeza.

Y, aunque en las noches a lo lejos, se escuchan los cantos de gitanos, que más parecen lamentos que narran sus desamores, garbosas bailarina del flamenco pisotean en las tablas esas melancólicas melodías que nos arrugan el alma.

Por eso a veces, en las noches de lloviznas, transitan por sus calles empedradas las sombras de amantes olvidados. O, por lo menos, eso es lo que quiere pensar el que cruza las cristalinas aguas del Darro, para buscar refugio en el paseo de los tristes, o en la plaza de las Gracias.

En fin, Granada es un verso escrito en la nieve, desde las estribaciones de la sierra. De esos que nos dejó embozados el poeta García Lorca, antes de ser fusilado en la oscura noche de la Guerra Civil de España.

Pues bien

Si desea espantar la nostalgia: esa pátina que el tiempo nos va dejando adherida en las paredes del alma, le recomiendo venir a este rincón bucólico del universo. Sobre todo, porque si quieres vivir en paz con su espíritu, no se muera, sin antes venir a Granada: un enclave histórico y, patrimonio de la humanidad, cuyo único exabrupto es, ese absurdo decreto que prohíbe salir a la calle a las mujeres feas.