Bajo la falsa premisa de que los políticos son bandidos, los ciudadanos de mayor o mediano nivel académico y laboral en la Costa Caribe no votan. No lo hacen, y después despotrican del establecimiento para justificar en muchos casos sus posiciones facilistas o ilegales.

Ese sector de la sociedad se abstiene porque ha resuelto su vida laboral o económica y la zona de confort pequeño burguesa en la que flota le ha hecho creer que ir a las urnas no le representa nada hacia el futuro, el mismo futuro que tiran por la borda en cada elección cuando pierden la oportunidad de escoger. Por razones como esas, el abstencionismo logró escalar a 59.93% en las elecciones del año pasado en todo el país, ganándoles a los resultados negativos de 2010.

En los ocho departamentos del Caribe la abstención es aún más alarmante. Por ejemplo, en el Atlántico solamente votaron 411 mil 576 personas y estaban habilitados para hacerlo un millón 694 mil 687. Es decir, la abstención fue del 75.72% en este, que se ufana de ser el departamento de mayor nivel socioeconómico y tener más desarrollo en esta zona del país.

No participar en las urnas bajo el argumento de que “no me interesa la política” es abrirles paso a las poderosas industrias electoreras que hacen su agosto en sectores marginales debido a los caudales de dineros que corren el día de las elecciones. El ciudadano que no entra en la política como elector, o no participa activamente de la mejor manera en ella, deja que la política entre en él, y de qué forma. Porque ese ciudadano cede un espacio importante para que otro decida. Todo el mundo sabe eso, pero en particular, en la Región Caribe parece importar poco. El abstencionismo es, sin duda, una enfermedad endémica de nuestra sociedad pacata, irresponsable y quejumbrosa. Hay que votar, así sea en blanco, para demostrar la participación, el rechazo y la exigencia de un buen gobierno.

Los lamentos de la ciudadanía están basados en las críticas a la corrupción, pero esa crítica en realidad es un escudo de la ignorancia política de la gente de la región. En términos generales, nuestro electorado potencial no se entera, no lee, no busca, no pregunta. Luego argumenta que “no hay por quién votar”. Y deja que las maquinarias impongan sus cuadros políticos, asalten el erario público, nombren ineptos en cargos de alta responsabilidad y no cumplan sus programas de gobierno.

El público de las reuniones políticas es una manada de borregos que llena espacios. Hay excepciones, como los foros académicos o empresariales, o la gente de barrios en donde hay necesidades apremiantes y el candidato de turno ofrece resolver con una obra la urgencia comunitaria, pero esos son paños de agua tibia, nada más que eso.

Por todo esto, la mejor manera de combatir la corrupción electoral no es seguir con la cantaleta de “no venda su voto”, porque con hambre la gente resuelve primero el estómago y después piensa. La mejor manera de combatir la corrupción electoral es que quienes no vendemos el voto salgamos a votar.

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