Tapón, por siaca”, gritaba el pelao, mientras empuñaba la mano izquierda y la golpeaba en seco con la derecha, cuando temía que le iban a mentar la madre. Recordarle la progenitora era la peor ofensa que le podían hacer a alguien, y entre pelaos eso era muy común. En cada barrio de la ciudad había cuerdas de muchachos que se sentían los ‘chachos’, y acosaban a los más pacíficos, mentándoles la madre buscándoles la pelea. Los provocaban, extendiendo el brazo y tendiendo la mano, mientras decían: “el que pica aquí, pica madre”. El que se atreviera a darle una palmada en la mano, era porque aceptaba la pelea. Y empezaba el show: todos rodeaban a los contendores, quienes, con cara de bravucones, resoplaban, se remangaban las camisas y sacando el pecho cual ‘pecho de paloma’, se restregaban el uno con el otro. Parecían gallos finos. “Ábrete, pa’ zampate la mano”, gritaban, como preámbulo de la pelea; pelea que muchas veces no se daba, cuando el más débil se corría o al valentón le salía el primo grandulón del otro y al verlo echaba a correr, ante la rechifla general. Otra forma de retar era gritando “la madre pa’l que toque el poste”. Muchos ‘taponeaban’ y luego lo tocaban, para que no ‘les cayera la madre’. Sucedió una vez que a uno de esos pelaos flacuchentos con pinta de pendejones lo acosaba el valentón de la cuadra, y aquel lo esquivaba. Hasta que un día empezó a hacer ejercicios con unas pesas que improvisó con una varilla de hierro y dos latas de galletas saltinas rellenas de cemento, hasta cuando se sintió fuerte e invitó a pelar al que tanto lo amenazaba y le dio una ‘muñequera’ que lo dejó grogui, y aparte de la paliza tuvo que soportar la ‘corrida de madre’ de todos sus compañeros. El flaco le salió respondón...
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