A mediados del año pasado fue anunciado el proyecto de Puerto Antioquia, una iniciativa ubicada en golfo de Urabá, que pretende convertirse en una nueva opción para el transporte marítimo de mercancías en el litoral Caribe colombiano, estableciendo una competencia directa a los ya tradicionales complejos de Barranquilla, Santa Marta y Cartagena. El plan antioqueño es ambicioso, y seguramente estará plagado de dificultades técnicas y ambientales, sin embargo, propicia una reflexión sobre las fortalezas y debilidades de nuestro propio terminal.
En caso de concretarse, las ventajas de Puerto Antioquia serían notorias. El nuevo terminal estará a unos trescientos kilómetros del Valle de Aburrá, una de las principales zonas de producción industrial de nuestro país, es decir, a menos de la mitad de la distancia del puerto de Cartagena, que es el que actualmente está más cercano. Según he podido leer en la prensa, además, ya está en construcción la autopista que lo conectará con la capital de Antioquia, una vía con buenas especificaciones y propicia para lograr velocidades promedio de ochenta kilómetros por hora para el transporte pesado. Si este escenario se complementa con la tradicional solidaridad regional que exhiben los empresarios antioqueños, parece poco probable que las industrias de esa zona vuelvan a utilizar para sus necesidades de transporte puertos como el de Barranquilla, que ante esta nueva posibilidad luce ajeno, lejano y poco conveniente. En realidad lo sorprendente es que los paisas se hayan demorado tanto en iniciar el camino que los lleve a tener un puerto propio, estará por verse si logran hacerlo una realidad.
Entretanto, nuestro puerto barranquillero trata de enfrentar sus problemas más apremiantes: la dificultad que supone mantener en buenas condiciones el canal de acceso y el estado de sus vías vehiculares. Increíblemente hace pocos días el dragado del canal, que llevaba pocas horas de haberse iniciado, fue suspendido por aparentes fallas de procedimiento ante la Dimar. Esperemos que esto sea un inconveniente pasajero, y que no veamos la sostenibilidad del puerto sometida a mayores laberintos burocráticos. Sería imperdonable permitir nuevamente el espectáculo mediático de los barcos encallados. Igual atención merece su conectividad vial, otro aspecto en el que queda todavía mucho por hacer. El corredor portuario sin duda es un gran paso, pero aún estamos a la espera de las obras que rehabiliten por completo la carrera 38 y la Avenida Hamburgo, esenciales para su conexión con la zona industrial de Juan Mina y los sectores aledaños, de interesante movimiento comercial. Ojalá que pronto pasemos de los anuncios a los hechos, las necesidades no dan espera.
Es probable que con la puesta en funcionamiento de Puerto Antioquia, observemos un fenómeno parecido al que vivimos cuando el terminal de Buenaventura comenzó a atraer una buena parte del movimiento de carga que ocupaba nuestro puerto. Quizá no en la misma proporción, desde luego la realidad es diferente ahora, pero algún impacto vamos a sufrir. Debemos por lo tanto acelerar la optimización nuestros proyectos portuarios. Barranquilla depende en gran medida de su puerto, y no podemos darnos el lujo de descuidarlo, como ya hemos descuidado alguna de nuestras tradicionales fortalezas.
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