Lo merecía, porque siempre fue fiel a sus principios, porque siempre jugó a lo mismo, a lo que sabe, a esa manera vertiginosa que tiene para atacar y, esa disposición infinita para defender, porque le hizo ver a su pueblo, que con esa manera de jugar, era suficiente para alcanzar la victoria. Un proceso que lo comenzó un “loco” del fútbol con ideas llamado Marcelo Bielsa, implacable a la hora de atacar y, fogoso en la raya, que cuando partió, por esas cosas del mundo de ellos, dejo su papel calcado para que otro continuara con la labor.
Después de la goleada de Argentina a Paraguay, las apuestas estaban a favor de la banda de Messi. La soberbia demostración se sentó en la mesa de los gauchos, para convertirlo en el pan de esos días. Una muestra más de esa soberbia que los arropa. Pero los partidos hay que jugarlos, y ninguno se parece a otro. La contienda entre los dos mejores de ese torneo añejo, estaba revestida de ese protagonismo evidenciado por Chile de la mano de su táctica presionante y, de una Argentina, que buscó el camino del orden con sus mejores figuras. Y la batalla que tuvo ribetes de un juego de ajedrez, se escondió muchas veces bajo la protección de sus escudos para detener la furia roja, que apoyada por el frenesí de su público, se acercaba a las huestes de los dirigidos por Martino, mientras que los peones de brega de Sampaoli, luchaban por anular al rey que luchaba por ganarse el esquivo premio. Hubo fuerza desmedida, lucha y entrega, pero también ráfagas de buen fútbol, propias de los conjuntos que respetan la posesión de la pelota.
Ella, la “pecosa” tuvo todo el tiempo las caricias que usaron los protagonistas para defenderse y atacar, una dinámica que le dio sensibilidad al juego. El gol esquivo durante ese alargue agónico, le dio la boleta para la lotería de los penaltis, un arma a veces mentirosa que premia al de menos argumentos. Solo que esta vez, cuando Alexis Sánchez, en un instante de genialidad cerró la tarde con esa vaselina que ahogo por un momento el grito de gol, ya todo estaba consumado. Cuando la pelota entro anestesiada, Alexis con la camisa en sus manos corría despavorido entre el frenesí de una tribuna que enloqueció. Chile lo merecía.