Es una obra de Johann Sebastian Bach compuesta por los volúmenes I y II, que son dos ciclos de preludios y fugas en todas las tonalidades mayores y menores de la gama cromática. Es una biblia para pianistas que, según el mismo Bach definió en el manuscrito, “están compuestos para la práctica y el provecho de los jóvenes músicos deseosos de aprender y para el entretenimiento de aquellos que ya conocen este arte”. Además de admirar la obra, siempre me ha llamado la atención algo que tiene que ver con el nombre y su traducción. “Clave” es una deformación de “clavier”, vocablo que se aplicaba a los instrumentos de teclado (clavecines, clavicordios), por eso en algunas traducciones se le dice “clavecín bien templado”. El asunto es que la traducción literal del alemán es “clave con temperamento bueno” –Das wohltemperierte Klavier–, en contraposición a otros tipos de temperamentos. Siempre se me ha armado un rollo al tratar de interpretar lo que quiso decir Bach, si se trata de la calidad sonora del instrumento como tal, o si se trata de la bondad con que debe ser sonado el clave.

Hasta lo he llevado a la psiquiatría. Aquí, temperamento se define como aquel emocionar con el cual se nace y es inmutable porque hace parte de la dotación biológica, para diferenciarlo de carácter, que es aquello que se forma, que se aprende y, por tanto, se puede modificar. Hasta las neurociencias confirman que hay una cosa básica con la que se nace y una que se puede cambiar.

El enredo es el mismo que se me arma cuando leo los titulares con respecto a la percepción que hay en la ciudad sobre la ciudad, porque lo relevante en los títulos es la paradoja entre pobreza e inseguridad versus optimismo. Admito no haber estudiado con profundidad las cifras, pero eso no me anula para una reflexión sobre qué tan bien temperado está el clave en la ciudad para explicar esas cifras iniciales. No soy pesimista, me considero un optimista informado y aplaudo este tipo de estudios que deben servirle a la comunidad para que se mire a sí misma, reflexione, y tenga una actitud autocrítica.

Si las cifras reflejan la calidad del instrumento, su temperamento, entonces esta ciudad debe dar gracias porque sus hijos son de una condición especial que no se arredran ante la pobreza y la inseguridad, y sonríen a pesar de estar mal. La ciudad está salvada. Si reflejan el carácter de sus ciudadanos, entonces, hay que admitir que tienen una tremenda actitud de pertenencia aprendida en sus hogares. La ciudad va bien.

Entonces, me pregunto si no estaremos confundiendo el clave con la clave y tratando de crear un ambiente en la ciudad para sentir que estamos bien a pesar de todo, como si por aquí viviéramos en un paraíso inventado por nosotros mismos y no estuviéramos contaminados por todos los fenómenos sociales que sacuden al país en sus cuatro puntos cardinales. Eso, a mi entender, es un fenómeno que amerita ser estudiado desde muchos flancos para comprender algo tan exótico como que una comunidad sea capaz de crearse un estado de ánimo para sobrevivir lo cotidiano con un optimismo que rompe cualquier estadística y literalmente se pasa de piña. ¿Será eso lo que hace a esta ciudad lo que es?

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