La impresión de los visitantes que por estos días llegan a Barranquilla es que la ciudad está creciendo de manera sorprendente.
Lo dicen por las modernas edificaciones que se levantan orgullosas sobre la carrera 53, la infraestructura vial que encuentran a su paso y los movimientos de tierra que anuncian la continuidad del proceso en las mismas direcciones.
Lo afirman, con denuedo, los trabajos de canalización que han resuelto el problema de los arroyos de la ciudad, cuando nadie daba un peso por ellos. De hecho, el entonces ministro de Obras Públicas Luis Fernando Jaramillo Correa (q.e.p.d.) llegó a decir que la única solución para esas corrientes que sorprendían a la ciudad con cada aguacero era cambiarla de lugar. Pero el gobierno de la alcaldesa Elsa Noguera felizmente encontró la fórmula.
Los críticos les salen al paso a las inversiones para decir que se trata de una dinámica de cemento y que el desarrollo de las ciudades son mucho más que concreto.
La afirmación no es del todo cierta, si se miran, por ejemplo, los 40.000 millones de pesos que el Distrito invierte en la construcción y reconstrucción de parques que deberán sacudir la terrible relación de 0,86 metros cuadrados de espacio público por habitante que hoy persiste, a pesar de todos los esfuerzos. Para solo citar un caso.
Pero los críticos olvidan que desde hace mucho tiempo los teóricos de la economía identificaron dos grandes sectores jalonadores de la economía: las exportaciones y la construcción. Jalonadores quiere decir que impulsan a otros sectores y crean dinámica.
La ecuación es muy simple: cuando se construye un puente, o un megacolegio o un centro comercial se mueven alrededor de 32 actividades industriales como cemento, puertas y ventanas, vidrierías, pisos, enchapes, sanitarios, cerraduras, pinturas, acondicionadores de aire, cocinas...
Esos renglones, a su vez, van activando otros que, al final, crean lo que los mismos expertos llaman un círculo virtuoso en la economía.
Revisemos las cifras concretas: para el año 2013 se licenciaron en la cuidad un millón de metros cuadrados, que de por sí significaron un crecimiento sorprendente, habida cuenta de las estadísticas que tradicionalmente había manejado la ciudad.
Cuando aún no salíamos de nuestro asombro, la Cámara Colombiana de la Construcción informó que para el 2014 las licencias aprobadas subieron a dos millones de metros cuadrados.
Ahí se cuentan los edificios de oficinas y apartamentos que se han levantado en la zona norte y las diez mil viviendas (la cifra más alta en los últimos 30 años) que el Gobierno distrital ha venido levantando para las familias más pobres.
La ecuación –seguimos– indica que cuando la construcción se mueve y, de paso, hace lo propio con las otras actividades, afecta favorablemente indicadores como los impuestos y el empleo.
Dos cifras para amparar el argumento: mientras el presupuesto del Distrito pasó de 600 mil millones de pesos hace ocho años a 2.4 billones en el 2015, la tasa de desempleo local se ha mantenido en las últimas dos administraciones como una de las más bajas del país.
Hay un elemento psicológico que igualmente deberíamos tener en cuenta, y es que cuando una ciudad se mueve, como lo hace Barranquilla, crea una sensación de desarrollo que los ciudadanos y los empresarios van replicando para el futuro. Lo interesante de la capital del Atlántico es que hay un presente de desarrollo que se proyecta aparentemente para el mañana.
Es cierto, pues, que con el boom inmobiliario la ciudad ha sacrificado zonas verdes que nos van a hacer falta para respirar, y que la movilidad que ha traído consigo por momentos vuelve caótico el tráfico urbano; pero esto, que en el peor de los casos sería una tarea pendiente de gobierno, no puede ser asociado con un sector cuyo crecimiento debería llenarnos de orgullo.
amartinez@uninorte.edu.co @AlbertoMtinezM