Este vividero progresa desterrando todo lo que nos da sombra, lo que alimenta iguanas, lo que protege pájaros, lo que alberga ardillas rojas. Esta es una ciudad adicta al cemento que obliga al lento suicidio del resto de sus árboles que ahora se cubren con una enfermedad que se parece al cemento y para así morir sin saborear las nuevas lluvias.

Esta es una ciudad que clama por la lluvia, pero que cuando llueve se queda sin luz y sin agua. Una ciudad cuyas iguanas se internan en los laberintos de las alcantarillas en busca de refugio. Una ciudad que se ufana de su calor humano pero que incinera gatos o los mete en bolsas plásticas para que mueran ahogados, lejos de su vista asesina.

Este es un vividero que se ufana de su ‘Buenavista’, meca de la cultura ciudadana que refleja sus valores más importantes: quién soy por lo que me pongo, o sea, por lo que puedo comprar. Mientras, el Museo de Arte Moderno sigue encerrado en una casita, visitado por unos cuantos que valoran su labor.

Este es un vividero que arregla sus parques mientras los tapa con horribles vallas plásticas durante meses interminables, sin recordar que había un peatón que ya no encuentra cómo atravesar para los predios de enfrente mientras trata de no inhalar los gases de los cientos de carros que raudos se le atraviesan peleando el puesto.

Esta es una ciudad que convierte en autopistas calles como la 79, donde corren los carros que se creen el cuento, para encontrarse con que en verdad solo hay una línea para transitar, pues a los lados se parquean los carros que antes tenían sitio de reposo asignado por la misma ciudad que construyó el barrio.

Los carros adornan las calles nuevas al lado de letreros que dicen ‘No parquear’, porque si no parquean, ¿cómo hacen para ir a visitar a sus seres queridos, para ir a almorzar? Porque esta es una ciudad que progresa sin respetar su propia historia, porque la historia para qué vale, si ni siquiera es una carrera para estudiar sino para ‘rellenar’ las carreras de los que sí harán las futuras carreteras.

Si alguna persona de las que manejan el vividero se tomaran el trabajo de leer acerca de su historia más reciente podría pensar dos minutos que en los edificios construidos hace cuarenta, treinta, veinte años viven personas que se ajustaron a las normas vigentes de entonces y que no es señal de buen vivir que se cambien las reglas y se les afecte la vida cotidiana, que es la única que a la larga tenemos.

Vida cotidiana significa para los que nacimos y vivimos en Barranquilla, que la experiencia dicta mas lógica que los planos mecánicos de unos ingenieros. Cualquiera sabe que tras los calores que nos mataban durante tres días, tenía que venir una lluvia. Pero el primer chischís cogió ‘desprevenidos’ a los ‘canalizadores’ de la calle 84.

Un ‘juajuá’ es lo que emitimos mentalmente quienes ya sabíamos que el escenario de ciudad bombardeada que tiene Barranquilla desde hace dos años se iba a profundizar. Si alguien quiere ver un espectáculo gratis, en vez de ir a una mala película donde se destruye una vez más el mundo, no sería mala idea irse a tomar selfies en el abismo que está por tragarse las casas que lo bordean.

A lo mejor esta será la historia que, algún día, si la ciudad progresa de veras, podrán entender sus nietos.

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