Quizá muy pocos recuerden a un novelista bogotano llamado José Antonio Osorio Lizarazo, cuyo nombre está escrito, en general, en la historia del periodismo en Barranquilla y, en particular, en la de EL HERALDO. Incluso, cuando trabajaba para este diario, en 1932, escribió una novela de ciencia-ficción sobre nuestra nunca bien amada ciudad con el título: Barranquilla, 2132. Fue precursor igualmente del realismo crítico urbano en América Latina. Personaje multifacético, a Osorio Lizarazo le debemos una novela sobre el 9 de abril de 1948, titulada El día del odio.

Incluso quienes fuimos posteriores a la llamada “Generación del bloqueo y estado de sitio” (inscrita entre 1940 y 1950), y arribamos a este planeta en el anochecer de los Happy Days, recordamos no pocas historias macabras que los abuelos contaban acerca del 9 de abril del 48, todas asociadas con una palabra que atraviesa, como un larga cicatriz, la historia de Colombia. La Violencia, título así mismo de un célebre trabajo investigativo llevado a cabo por Germán Guzmán, Eduardo Umaña Luna y Orlando Fals Borda.

Un cura, un abogado y un sociólogo le cantaron a la élite liberal-conservadora las verdades que nadie les había dicho hasta ese año de 1962, cuando el libro fue publicado. Por ello los insultaron, los calumniaron, los difamaron y, por supuesto, los amenazaron. Pero ninguno de los dos partidos reconoció la menor responsabilidad en la ordalía de asesinatos, genocidios, violaciones, masacres y demás inenarrables infamias que se habían cometido durante más de una década con su aprobación cómplice, que jamás se ensucia las manos.

Por otra parte, desde cuando ese valiente documento se publicó ya era clarísimo que los dos más graves malestares de este país han sido la injusta distribución de la riqueza y el odio social que ello genera. Y, aunque suene paradójico, quienes manejan la mascarada del poder canalizan esos resentimientos de un pueblo explotado y sin acceso a los más elementales bienes y servicios, ni hablar de utopías como salud y educación, para utilizarlos como herramientas en la represión perpetua que deben realizar justamente para mantenerse en el poder.

Esa es la historia de nuestra patria, sangrienta y sangrante, desde hace doscientos años. El resto es anecdotario frívolo, chismecito bobo de noticiero de televisión, vana polémica de Facebook. En ese sentido, frivolizándolo todo, volviéndolo chiste de mal gusto, excusa para la mala leche o el rencor en salsa roja, no hay nadie que no sea cómplice de la violencia, y no hemos salido aún de la pesadilla de El día del odio. Pero venid a ver la sangre por las calles de nuestra historia, venid a ver la sangre.

En abril: el día del odio y el Día del Idioma. En efecto, el 23 de abril de 1616 falleció Miguel de Cervantes Saavedra. Su hijo, Don Quijote, había muerto cuatro meses antes, en diciembre de 1615, cuando se publicó la segunda parte de la obra. Los libros no son para exhibirlos en la biblioteca, sino para guardarlos en el corazón. Y Don Quijote es el amor, eso que tanta falta nos hace en Colombia, celebrar por fin un Día del Amor.

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