Desde la más remota antigüedad la sátira ha sido un medio que los humanos –capaces de metaforizar y producir lenguaje– han tenido para expresar todo aquello que necesite ser dicho de otra forma.
Los barranquilleros somos unos expertos en la sátira. Sabemos cómo hacer un chiste de cualquier cosa que nos duela o nos provoque rechazo. Durante los días de carnaval la idea es que el pueblo entero se puede burlar de todo lo que quiera. Hay licencia para la sátira decretada por una reina que no manda sino en ese tiempo por fuera del tiempo regular.
Todos los gobernantes sabios saben que la sátira es necesaria. Que la vida diaria es más que orden y acatamiento a voluntades divinas o humanas. La sátira, a partir de su institucionalización en Roma, es un género literario. Pero su acción se extiende hacia las artes gráficas y escénicas. Y su comienzo está en la Grecia antigua.
A través del humor, la sátira muestra las debilidades humanas y las ridiculeces que mucha gente no ve en sus actitudes o las de sus instituciones. Para el ojo avizor de un satírico todo es susceptible de ser caricaturizado, mostrando lo que está detrás del supuesto orden establecido o de la normalización de las percepciones.
La sátira, sin embargo, no es destructiva. Pretende poner a la vista lo que no se ve a simple vista. Es más, su intención es moralizante pues intenta mejorar la condición de la sociedad. El sarcasmo y la ironía son sus armas. Son las armas de la inteligencia. Por ello es que el bruto siente que debe borrar esa inteligencia con un fusil, de esos que matan de verdad.
Y cree que gana porque mató. Pero lo que representa el acto del humorista con su lápiz va mas allá de la muerte. Ya él o ella no están con los vivos, pero el brutal asalto a la inteligencia tiene sus consecuencias más allá de la muerte.
Ya no es una caricatura la que mueve a la sociedad, sino un súbito despertar que trajo como consecuencia una caricatura que trajo como consecuencia una matanza que trae como consecuencia un asombro ante la brutalidad total de la que son capaces quienes creen poseer una ley divina.
Que el sarcasmo, la ironía, la parodia, la exageración, la burla provoquen tal reacción asesina es una muestra fehaciente de que la razón no está de su lado. Cuando no hay argumentos se va a la fuerza y se aniquila al otro en el afán por hacer callar. Pero seguirán surgiendo los que no callan y si estaban en la sombra empezarán a hablar, a salir, a gritar.
Esta semana le tocó a Francia. Hace unas dos semanas le tocó a Australia. Hace unos años le tocó a Inglaterra, a España, a Estados Unidos. África entera está tocada. Poblaciones enteras en el Oriente Medio están subyugadas.
Miles seguirán cayendo ante la irracionalidad, porque ante ese ser humano que no piensa, no hay multiculturalismo que aguante, no hay tolerancia que no sea tomada como debilidad.
El sátiro era una figura subversiva que acompañaba a Dionisio en sus andanzas. En su nombre los griegos crearon esos interludios llamados sátira, que alentaban el espíritu entre las tres tragedias con un mismo tema.
La tragedia de nuestro siglo es que se están repitiendo las mismas historias de otros siglos que creíamos superadas. Temas que ninguna inteligencia o tecnología han podido dispersar.
La peor tragedia humana sigue siendo la estupidez.
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