Sí, a esa actividad tan riesgosa, que muy pocos han llevado a cabo verdaderamente a lo largo y ancho de la Historia: pensar. Ello implica analizar, es decir, descomponer un todo en las partes que lo integran y luego reunificarlo para entender su funcionamiento a cabalidad, como quien ‘baja’ el motor de un vehículo.

Pensar: ir de los fenómenos particulares a la conclusión general, o a la inversa. Pensar: encontrar que dos cosas, iguales a una tercera, son iguales entre sí, que energía es igual a masa por velocidad de la luz al cuadrado, que no hay efecto sin causa, que los contrarios vive en permanente lucha y unidad. Pensar: hacer metáforas. Mirar el río y concluir que se parece al tiempo porque ambos corren, y que no nos bañamos dos veces en el mismo río, bendito seas Heráclito de Éfeso, que trajiste el pensamiento de Oriente a Occidente, como Hegel, muchos siglos después. Pensar: descubrir que todo es incertidumbre, que no venden certezas en el supermercado del pensamiento. Actividad peligrosa por excelencia.

Hipatya de Alejandría, en el siglo IV después de Cristo, pensó muchísimo: era matemática, astrónoma, poeta, filósofa, imagínate una mujer pensante, y en aquellos tiempos. Resultado: la desollaron unos fanáticos cristianos, perdón por el pleonasmo, a la salida de la célebre Biblioteca de Alejandría. En el siglo XI después de Cristo, el filósofo francés Pedro Abelardo, sí, el novio de Eloísa, pensó que la fe no podía ser enemiga de la razón, desafiando así lo que afirmaban las autoridades eclesiásticas. Y lo castraron en nombre de Dios. En el siglo XVII, Galileo Galilei expuso por escrito la tesis heliocéntrica del polaco Nicolás Copérnico, y lo encerraron de por vida en su casa. No lo mataron porque era ‘llavería’ del Papa Urbano VIII. Giordano Bruno, quien dijo que la materia no se agotaba en ninguna forma, no tenía semejantes ‘palancazos’ y lo quemaron minuciosamente. Pensar: actividad peligrosa por excelencia.

Por eso la mayoría de los seres humanos, a lo largo y ancho de la histeria que llamamos historia, han preferido que el Papa, o el Patriarca, o Buda, o Lao Tzu, o Mahoma, o la Iglesia, o Lutero, o Calvino, o Marx, o Freud, o Linero, o Darío Silva, Dios mío, el lambón de Turbay Ayala, Lambicolor reencarnado, o Antonio Caballero, o William Ospina, o Uribe, qué me pasa, se me estaba olvidando Uribe, o el psiquiatra, o la psicóloga, o el noticiero de la TV, o La Voz Kids, la mayoría, digo, prefiere que todo ese combo, o alguno de sus miembros, piensen por ellos. Es más cómodo, es más seguro, incluso es mucho más fashion que esa vaina tan arriesgada de pensar por cuenta propia.

Recuerdo el lema de la revista Alternativa: “Atreverse a pensar es empezar a luchar”, cuando este país no había sido tomado por la generación sociópata, a la que solo le interesa ganar y ganar y ganar, a costa de lo que sea, de quien sea, que carecen de toda sensibilidad social, que tienen un coeficiente intelectual altísimo en el arte de joder a todo el mundo sin que a ellos les importe un soberano pepino, y son completamente ajenos al mundo de las ideas que se conciben para beneficiar a toda la sociedad. Recuerdo ese lema y a esta generación, y me digo, y te digo, lector, que nadie vendrá a solucionar nada, que no hay que votar por nadie, que no hay que esperar ningún mesías, ni teorías ni discursos a la carta, sino sencillamente atreverse a pensar.

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