“Decidí que era feminista. A mí no me resultó complicado. Las mujeres no quieren ser identificadas como feministas. Esa expresión es percibida como demasiado fuerte, anti-hombre e incluso inatractiva”, dice Emma Watson, la actriz que fue ídolo protagonista en la serie de las películas de Harry Potter. Se extraña por qué esta palabra se ha hecho tan incómoda. “Creo que es un derecho que me paguen lo mismo a mí que a mis compañeros y se me ofrezca el mismo respeto que a los hombres”.

Querida Emma, eso que tú dices ya lo decíamos las que, hace más de un día, también tuvimos 24 años y ya sabíamos, no porque lo diga ahora Celia Amorós, que el feminismo al exaltar nuestros valores humanos ha contribuido al orgullo que todo grupo oprimido necesita en su lucha. Ese orgullo que tú ostentas hoy, y que yo veo con alegría, porque también lo tuve. A los 24 años, todos y todas nos creemos descubridores de la pólvora. Y esta historia que tú hoy enarbolas, viene de lejos, antes de la Revolución Francesa.

Lo que sí me desorienta es que tu discurso lo están calificando de demoledor. Y es igual que el de mi generación. Lo que me hace pensar que la generación presente no lee la historia, incluido Ban Ki-moon, que te ha escuchado en la sede de la ONU.

La vida es una sucesión de hechos más atractivos que incluso los de las aventuras de Harry Potter. Vivirla es lo más sencillo y lo más heroico. Y lo más hermoso. Yo te deseo de corazón que la sigas viviendo con el mismo entusiasmo de ahora y, ojalá, que en el 2086 –tu meta–, las niñas africanas rurales que tanto te preocupan no sigan escarbando en la arena del desierto, soñando con encontrar agua.