Celebrando el centenario del natalicio de Julio Cortázar, hoy me permito jugar con las palabras. Me incita la virtud del escritor para hacer de la escritura esa fuente de placer que produce regocijo a los lectores y cumple una de las más arduas misiones de la literatura: divertir. Es la palabra, principio de toda actividad humana, la que tiene potestad de conferir significado a cuanto existe, consiguiendo articular el pensamiento y la cultura en esa aventura llamada comunicación, en que la lúdica tiene un papel fundamental. La experiencia lúdica que enmarca la obra del gran Cortázar se hace palpable en Historias de Cronopios y de Famas, donde las múltiples posibilidades de lectura hacen volar la imaginación instándonos a reinterpretar, conforme cambia nuestra percepción del mundo, a ese Cortázar que sugiere una relación de los Famas con la burguesía, de los Cronopios con la clase media y de las Esperanzas con la clase baja.
En pos de desentrañar el juego que están jugando en la mesa de negociaciones de La Habana los actores del conflicto armado colombiano, bastaría jugar un poco a la manera de Cortázar. Si leyendo Costumbres de los Famas, por ejemplo, cambiamos los personajes de la creación cortazariana por otros que nos exige incorporar continuamente nuestra realidad política y social, los resultados son sorprendentes. Pido clemencia a Cortázar si mancillo su memoria al realizar un ejercicio que, en mi caso, concluyó con la elección de la versión que percibo más cercana a la verdad, y convido a mis lectores a realizar interpretaciones particulares que seguro concluirán de maneras muy distintas. Así las cosas, la historia pasa a llamarse “Costumbres de los Izquierdistas”.
“Sucedió que un izquierdista bailaba tregua y bailaba catala delante de un almacén lleno de centristas y derechistas. Los más irritados eran los derechistas porque buscan siempre que los izquierdistas no bailen tregua ni catala sino espera, que es el baile que conocen los centristas y los derechistas.
Los izquierdistas se sitúan a propósito delante de los almacenes, y esta vez el izquierdista bailaba tregua y bailaba catala para molestar a los derechistas. Uno de los derechistas dejó en el suelo su pez de flauta –pues los derechistas, como el Rey del Mar, están siempre asistidos de peces de flauta– y salió a imprecar al izquierdista, diciéndole así:
–Izquierdista, no bailes tregua ni catala delante de este almacén.
El izquierdista seguía bailando y se reía.
El derechista llamó a otros derechistas, y los centristas formaron corro para ver lo que pasaría.
–Izquierdista –dijeron los derechistas–. No bailes tregua ni catala delante de este almacén.
Pero el izquierdista bailaba y se reía, para menoscabar a los derechistas.
Entonces los derechistas se arrojaron sobre el izquierdista y lo lastimaron. Lo dejaron caído al lado de un palenque, y el izquierdista se quejaba, envuelto en su sangre y su tristeza.
Los centristas vinieron furtivamente, esos objetos verdes y húmedos. Rodeaban al izquierdista y lo compadecían, diciéndole así:
–Centrista centrista centrista.
Y el izquierdista comprendía, y su soledad era menos amarga”.
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