La personalidad contradictoria, restallante, que sacaba a flote cuando sus contertulios se mostraban irreductibles, del presidente inamovible AFA, Julio Grondona, se apagó para siempre, dejando al fútbol argentino sin el más hábil conductor que ha tenido en toda su historia. Una de las facetas de su habilidad fue la de nunca renunciar, así fuera al juego del hoyito, con aquellos balines de acero inoxidable. “El que renuncia pierde”, parecía uno de sus lemas íntimos que no negociable con nadie.

Como simples observadores de la cosa deportiva, primero, y como crítico deportivo con casi 70 años en el trajín, nunca hemos podido entender como los pueblos sureños de este continente han sido gobernantes sin chistar del resto del conglomerado. Si el nombre de Colombia se escogiera para intercambiar y mejor, para debatir posiciones de orientación y mando en la vida de estos pueblos colombianos serían los conductores, no los dirigidos, como han sido siempre.

Conocido hasta del gato la parla argentina y uruguaya, pero el único concurso de oratoria que se hizo en Suramérica “lo ganó de calle” José Camacho Carreño, quien arrasó con 3 argentinos, 2 chilenos, 2 uruguayos y dos que no se sabía con precisión si eran peruanos o ecuatorianos, que al ver aquel torrente de incontenible elocuencia de Camacho, desistieron de participar. Y en sabiduría general teníamos verdaderos templos del saber, que en más de una ocasión dejaron a verdaderas cumbres del saber en la extinta Liga de las Naciones.

Pero se llega al campo deportivo y parece que una mano desgraciada como oculta de todos buscara por todo Colombia a los tipos menos capaces, menos rectos y más propicios al cambalache para llevarlos a las posiciones deportivas que luego, en el campo internacional, son patos al agua. Luego, por supuesto, son subalternos de por vida. A quién lo dude, cuéntesele que los torneos de la Dimayor son calcados de los que se hace en Argentina.

Al viejo Grondona le gustaba dar ‘golpes de mano’. Como cuando tiró a una cuneta 40 nombres de directores técnicos que a la prueba se sometían en el arte de saber de fútbol, para escoger a Maradona, hombre que supo jugar más no conducir. A Grondona le decían pícaro internacional y públicamente, pero nunca se ocupó de rectificar a nadie. Era de la escuela de aquel presidente de Cuba que decía que “a él no lo tumbaban los papelitos”.

A Grondona lo ayudaba hasta el apellido, porque con seguridad que Grondona es un aumentativo de grande…