Jugar con las Fuerzas Armadas como fortín político puede resultar un buen negocio para conseguir votos y favorabilidad en el electorado, pero es un juego sucio donde el único perjudicado será el país. Si bien el mantenimiento del orden público ha sido uno de los ejes centrales del debate electoral, este debe ser el fin de todas las candidaturas y no el medio para llegar a ser Presidente. Más allá de que algunos mandos de las Fuerzas estén abiertamente con uno u otro candidato, la estabilidad de nuestro Ejército no debe depender de los antojos y preferencias de Santos o Zuluaga, su deber es garantizar la seguridad y la soberanía del país, y con las recientes alocuciones de los balbuceantes candidatos de esta segunda vuelta, lo único que demuestran es la carente responsabilidad que tienen sobre el manejo del orden público. Se desconocen las razones por los cuales Santos asegura con toda certeza que el Ejército está pasando por su mejor momento, así como los de Zuluaga para afirmar que nuestras Fuerzas Armadas están desmoralizadas ante el proceso de paz que se adelanta en La Habana.
No solo han sido sumamente irresponsables al utilizar al Ejército como mejor les place para conseguir votos, sino que han enfocado las discusiones del país sobre puntos que merecen un análisis más profundo, a cualquier análisis que se pueda hacer en medio del fervor y las pasiones que se han suscitado en esta campaña. Uno de estos puntos es el servicio militar obligatorio, donde por un lado se encuentran los de la doble moral que defienden a capa y espada el servicio obligatorio pero a la hora de la verdad pagan sumas irrisorias, se inventan enfermedades ridículas e incluso se inscriben al Sisbén para poder sacar la tarjeta militar por menos; y por el otro lado, están los liberales que consideran que la estabilidad y la capacidad operativa de nuestro Ejército nos cayó del cielo y que no es necesario tomar medidas tan radicales. Lo cierto es que la respuesta al sinnúmero de problemas que tiene Colombia como sociedad y como Estado, no la tiene ni Santos ni Zuluaga, y a pesar de que sus propagandas ofensivas y venenosas han logrado cambiar el punto de vista de algunos tantos, el país necesita hacer un pare al odio y al rencor que se está generando a partir de los discursos de dos políticos, que más parecen un nuevo novio y un exnovio echándose agua sucia el uno al otro a ver quién resulta mejor.
El país está abiertamente resignado a votar por el menos malo, a elegir entre el títere que se reveló o la nueva marioneta de nuestro perpetuo expresidente. Lo que sí debe tener claro Colombia, más allá de quién resulte electo, es que si bien es necesario preparar al Ejército para un eventual proceso de paz con las Farc y ahora con el ELN, no se puede debilitar como institución en ninguna instancia del proceso, y hacer política deliberadamente con el futuro de las Fuerzas Armadas es una forma bastante peligrosa de hacerlo.
@tatidangond