No sé si el título es propaganda engañosa para que Ud. lea esta columna. En estos días previos a la elección presidencial, he conversado con mucha gente buena, honesta, del común, que tienen claro que el sistema actual no funciona para ellos, ni para su familia, ni para sus amigos, ni siquiera para su país.

Podríamos citar muchos ejemplos del mal desempeño del Estado. Como el de una joven colaboradora que perdió tres días esperando que le entregaran los medicamentos para su madre, que por derecho le corresponden, para que al final le dijeran que no se los entregaban porque su madre —según ellos— estaba registrada como fallecida.

El éxito de una economía y de una sociedad no puede separarse de la vida que llevan sus miembros. A pesar del crecimiento económico, en Colombia son tantas las quejas de las personas del común, como las que sufren esperas interminables para que las atiendan de emergencia en un centro médico. Los médicos que estudian miles de horas con gran esfuerzo y ven como las EPS se apropian de las ganancias de su trabajo.

Las madres que, después de tener cinco años a sus hijos en las escuelas públicas, se dan cuenta que no han aprendido ni siquiera a leer o escribir. El tendero que vive agobiado por la extorsión del bandido. La joven que siente temor al caminar por las calles de su ciudad. Los millones de desplazados que viven en lo peor de la miseria esperando que el Estado les restituya los dos millones de hectáreas de tierras despojadas ilegalmente. El joven universitario que debe esperar meses, o quizás años, para conseguir su primer empleo. Los dueños de fincas angustiados por el alto costo de los insumos y por los TLC –firmados por los presidentes Uribe y Santos– que los han ido arruinando, debido a las importaciones de alimentos subsidiados de Estados Unidos y Europa; y más, y más.

La mayoría de los ciudadanos se sienten excluidos del Estado, y ven a la clase política muy alejada de las verdaderas aflicciones de la gente; muchos los perciben como los amos del país, fieles a la máxima de Adam Smith: “Todo para nosotros, nada para los demás”.

Aunque los acuerdos de paz son el eje central de las decisiones electorales del próximo domingo, considero que una de las cuestiones estructurales hacia futuro es cómo construir un Estado inclusivo y eficiente, que genere bienes públicos para todos los habitantes del país.

Pero tampoco es suficiente un Estado incluyente y eficiente. Otro aspecto estructural es cómo reducir la desigualdad. Es increíble que —como señala el profesor Pécaut—, “un país como Colombia, que ha crecido en los últimos 30 años, siga manteniendo el nivel de desigualdad social que había en 1930”. Y mientras estas condiciones persistan, es difícil esperar la anhelada paz.

El triunfo de una democracia depende de la participación de los ciudadanos; la elección del candidato no puede ser un asunto visceral, y abstenerse de votar es facilitar que todo siga igual. Parafraseando a Shakespeare, nos preguntamos: ¿Santos o Zuluaga? ¡He ahí el dilema!

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