No sé si usted es una de las firmantes de la carta que llegó en estos días a manos del papa Francisco. Si no está allí su nombre, sé que usted compartirá las razones que alegan estas mujeres para pedir que el celibato sea opcional. Ellas dicen que hay un silencio injusto alrededor de este tema, que es inhumano que no se pueda vivir plenamente “un lazo sólido y bello”; que es cruel la alternativa a que se exponen estos sacerdotes: o abandono del sacerdocio, un estado que aman; o una relación secreta y vergonzante. Y por último el argumento de autoridad: si es posible el sacerdote casado en las iglesias de oriente y entre los anglicanos, ¿por qué aquí no?
Debió ser un baño de agua fría el silencio que siguió a esa carta, y la respuesta del papa cuando los reporteros trajeron el tema a cuento: “no es una prioridad” dijo Francisco, aunque mencionó una esperanzadora puerta abierta.
Sé que mujeres como usted insistirán, y que pondrán a la Iglesia a pensar pensamientos. Por ejemplo: ¿por qué insistir en el celibato? Cuando a los eclesiásticos les proponen la pregunta, dan como respuesta el ejemplo de Cristo y la conveniencia de que el sacerdote se pueda dedicar por completo a su quehacer pastoral. Usted sabe que no es tan cierto porque conoce pastores rectores de colegios o de universidades, activos investigadores sociales o científicos, administradores de empresas o de casas de formación, alguno vive dedicado a una orquesta, otro es historiador y así.
La razón de fondo para esa apuesta por el celibato es otra: el necesario testimonio de que el celibato es posible en un mundo obsesionado por el sexo y convencido de que es indispensable, lo que ha producido un sobredesarrollo de la sexualidad y un subdesarrollo de las otras actividades humanas. ¿No le parece significativo que en Colombia se den los dos fenómenos a la vez: por un lado el de las niñas embarazadas y por el otro el del dramático fracaso escolar? Sobre desarrollo genital, y subdesarrollo cerebral. Una sociedad obsesionada y enferma de sexo necesita quién muestre otras opciones humanas, no solo con sermones, sino con su vida de modo que se demuestre que sí se puede.
Pero dar este testimonio no está al alcance de todo el mundo. Las 26 mujeres de la carta y usted misma, saben que hay sacerdotes que no pueden con esa disciplina; además está el escándalo de los abusos a los niños por parte de sacerdotes a quienes el celibato se les volvió insoportable. Usted debe haber compartido con él la tristeza y el temor por una relación que debiera ser liberadora y hermosa. Por eso desde el vaticano II se propuso el tema, se silenció después, pero el problema no ha desaparecido.
Ustedes también están obligando a pensar qué le pasaría a la Iglesia si adoptara de un clero en el que haya sacerdotes célibes y sacerdotes casados.
En los célibes se hace vivo un don, se activa un testimonio, se admira una entrega total; en el clero casado se da la humilde y realista confesión de que a pesar de no tener el don, sí pueden aportar su entusiasmo pastoral y su mayor cercanía a las parejas que en ellos podrán ver que el amor conyugal sólido y fiel sí es posible.