Hay una angustia que asalta a algunas personas que me conocen. Me las encuentro por ahí y aparte de saludarme cariñosamente y dejarme saber que leen mis columnas, algunas me dicen: quiero que escribas algo bonito sobre Barranquilla.

A nadie le gusta que miren feo el sucio de su propia casa, sobre todo si quien la mira está adentro y es parte de ella. Por eso mismo es que las familias son tan complicadas y por eso mismo es que los familiares son los que dicen las cosas que mas duelen.

Amoz Oz, uno de los escritores mas prolíficos e interesantes de estos tiempos, ha dicho lo que copio de una nota reciente en El Tiempo:

“Sobre gente feliz no es necesario escribir. Acerca de un puente bien construido sobre un río, de un lado a otro, sin problemas, sobre el que todos los días cruzan 50.000 personas y 30.000 automóviles, no hay algo que escribir más que “bravo” al arquitecto y los constructores. Solamente el puente que se cae es una historia. Y yo escribo sobre puentes que caen.”

Yo trato de escribir bonito, en el sentido que las palabras hagan algo agradable de leer mientras tratan de interpretar lo que deseo comunicar. Pero lo bonito en el caso de Barranquilla solo me sale así, para decir lo que me duele de ella, de esta ciudad que dicen es “la novia”, pero que se trata como a esa novia a la que se le pega o arrastra del pelo.

No hay mas que mirar las calles. No hay mas que salir a la calle y ver el arrastre por todos lados. Claro que el violento nunca ve su violencia sino que dice: tu me hiciste hacer tal cosa… Es decir, estas calles se merecen tanto golpe. Esta ciudad se merece a los depredadores que la habitamos.

Y si me sigo quejando, alguien me dice: ¡Pero es que nos parecemos a Bogotá! Ah, ya entendí, entonces, si algo es importado, vale más la pena y ya debemos estar contentos. Ahora con el tema del tráfico, es que ya nos parecemos a Bogotá.

Pero yo pienso, si uf, que bueno, ya somos el centro de la nación, desde donde se controla al país y donde todos los negocios se hacen. Si, claro, ya tenemos en Barranquilla las tantas y enormes bibliotecas. Tenemos buenísimos museos y exposiciones como El Nacional, El del Oro, el del Banco de la República, la Luis Ángel, etc.

Ya salgo a la calle y no me va a importar el tráfico porque me monto en un taxi donde al pobre taxista le toca dar mil vueltas y logro que se desahogue conmigo mientras me lleva al Teatro La Candelaria, o al Libre o a La Casa Nacional o al Bellas Artes o al Julio Mario…no sé a lo mejor me baje en La Soledad y se me dé por ir a cualquiera de sus diez teatrinos, o me pasee por la Candelaria con sus restauranticos a la salida del Centro García Marquez. O a lo mejor….

A lo mejor me sentiré en Miami, tan asoleada como esta ciudad desde que quitamos los árboles nativos y colocamos palmeras, sobre todo ahora que tumbaron algunos árboles que dizque Dios mandó a talar porque tenían comején allí en la Avenue Fifty One B y que ahorita va a solucionar los trancones, pues en la Eighty Seven Street se volvió un embudo canalizador de arroyos, que digo, automóviles. Pero no, mejor salgo por la puerta y trato de caminar para despejar lo que me duele y como estoy en una ciudad que no conozco, me transportan mis pies por unos andenes donde no hay ni un obstáculo, ni un huequito, bajo sombras de matarratón llenos de pájaros cantores y ardillas rojas.

Los carros me dan la vía como peatona que soy y el polvo de las zanjas enormes en la Seventy Nine Street se convierten mas bien una maravillosa duna del Sahara que no había visto antes por estar viendo unos montones de arena que carcomen mis ojos en medio de un paisaje que se parece a la ciudad antigua Homs, en Siria, ahora que me doy cuenta de que no estoy en Barranquilla.

Entonces voy a hacer una promesa a mis amigos, una tan difícil de cumplir como la de Gabito cuando prometió no escribir hasta que cayera Pinochet. No voy a volver a escribir sobre nuestra ciudad hasta que encuentre algo bonito que decir de ella. Solo vale la pena escribir sobre lo que no me hace feliz y eso hasta a mí ya me está aburriendo.