En los canales Discovery y National Geographic pasan series con nombres como “Mega Máquinas” o “Mega Fábricas”, que cuentan la historia de las herramientas y construcciones más asombrosas de la humanidad. Es como pornografía para ingenieros: grúas gigantes, represas monstruosas, fábricas enormes, edificios babélicos.
Colombia, que no se distingue por grandes obras ni por grandes soluciones, no ha tenido el honor de aparecer en esos programas. Pero ha llegado el momento de hacer algo. Desde aquí le pido a sus productores que envíen un equipo a cubrir nuestras elecciones. Conocerán una de las estructuras más formidables de los últimos tiempos: la campaña para la reelección del presidente Santos.
La campaña se ha valido de todo y ha incorporado todo, como la Mamá Grande en sus funerales. Los gigantescos recursos del Estado, repartidos como mermelada en las regiones. La maquinaria clientelista de antaño, y la contratocracia que hoy la absorbe y la supera. Los musas y los ñoños. Las Fuerzas Militares, a las que se les prometieron primas salariales. Los pobres, a los que se les prometieron casas. El intermitente Gustavo Petro, al que se le prometió el Palacio de Liévano. Los medios de comunicación, inundados de propaganda estatal. El espectro político desde Piedad Córdoba hasta Óscar Naranjo. El Fiscal General, que llama ‘neofascistas’ a quienes critican el proceso de paz. Los alcaldes, gobernadores, representantes, senadores y ministros. Un par de expresidentes. Ha incorporado hasta el apoyo del enemigo número uno de la nación, las Farc, que dos días después de haber usado un niño de 14 años como misil humano –lo que acabó con su vida–, anunciaron una tregua unilateral mientras pasan las elecciones. Dicen que hasta el papa Francisco está con el presidente.
Semejante engranaje que incluye a todas las instituciones del Estado y muchas de la sociedad civil ya no es la ‘maquinaria’ tradicional a la que estamos acostumbrados los colombianos. Se trata de un fenómeno novedoso: la megamaquinaria.
El surgimiento de la megamaquinaria me produce dos reacciones. La primera es de rechazo: lo que permite que todas las fuerzas del Estado se consoliden a favor de un solo candidato es la reelección. Por eso, su desmonte debe ser una de las prioridades del próximo gobierno.
La segunda es de asombro. Con ese aparataje colosal a su favor, habría que esperar que el candidato arrasara con sus contrincantes en las elecciones, incluso en la primera vuelta. Pero todas las encuestas indican que eso no solo no sucederá, sino que casi cualquier otro aspirante que llegue a la segunda vuelta tendría hoy, como mínimo, un empate frente a Santos.
La impopularidad del presidente, aun con todas las ventajas de las que goza, es el fenómeno político más sorprendente de estas elecciones. Y eso preocupa, ya que el siguiente periodo presidencial es crítico para el país. Hay que reformar la justicia, los impuestos, la educación y la salud. Hay que rescatar a la industria y al agro. Es el periodo en el que se nos ha prometido la paz con la guerrilla. Pero si Santos llega a ganar pese a tener a más de medio país en contra –es decir, si la megamaquinaria se impone– su segundo mandato tendrá terribles vacíos de legitimidad y gobernabilidad.
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