¿Cómo así que el asesor del presidente Santos para la faena electoral, experto en ganar elecciones con el uso de la propaganda negra, acaba de ser víctima, él mismo, de una noticia que lo señala como beneficiario de un pago de doce millones de dólares por ¿un lobby? ¿Una mediación? ¿Una intriga? ¿Un tráfico de influencias? ¿Qué nombre darle a eso?
¿Cómo así que otro asesor, este del candidato de la Z, espiaba a los negociadores de La Habana, como lo habían hecho las orejas largas del DAS para obtener información acusadora contra los periodistas de la oposición, o contra los magistrados de la Corte, bajo la dirección de María del Pilar Hurtado, hoy refugiada en Panamá? Esas escuchas ilegales ¿son de la misma naturaleza de las que le permitieron al expresidente Uribe, el jefe de Z, conocer aquellas coordenadas que hicieron peligrar una liberación de secuestrados? ¿Fueron los mismos caminos por donde llegó la fotografía de los guerrilleros en un yate, utilizada para ponerle palos en la rueda al avance de las conversaciones de paz?
¿Cómo así que el candidato de la Z no sabía de ese espionaje que ha proporcionado información para los trinos de su jefe contra la paz? ¿Es acaso una desafortunada y prodigiosa coincidencia?
¿Es coincidencia que dos de los espadachines, mosqueteros u hombres de confianza de Uribe, hayan utilizado sus columnas de prensa para lanzar golpes bajos y vedados a sus opositores? Era una mentira aquella columna de Gaviria sobre un secuestro y así lo reconoció él, sin gallardía y obligado por los requisitos de ley para tomar posesión de su curul de senador. El periódico, desde luego, había suspendido su columna. Pero el mismo periódico se vio precisado a recordarle públicamente al exministro Londoño que un columnista no es ni un propagandista ni un calumniador, aunque esté en campaña electoral. Que para hacer información pública hay unas reglas obligatorias para los periodistas, sean profesionales o improvisados.
Los apremios electorales han vuelto al país a los oscuros tiempos del “todo vale”, porque “guerra es guerra”. La consigna parece ser que el fin de la victoria electoral justifica todos los medios, así sean turbios.
Ha regresado la práctica del “atajo” esa línea corta y tramposa que ahorra trámites y requisitos, como la que se generalizó cuando se impuso la modalidad de pagar por denunciar que ha derivado en la industria de denunciar y de rectificarse con pago asegurado; pero que es para los gobiernos un camino abreviado que ahorra las fatigas de una información judicial como los códigos y la justicia mandan.
Y está regresando el espionaje electrónico para los opositores y para los que piensan distinto.
Así están procediendo estos candidatos que aspiran a gobernarnos. Si no son ellos, son los que operan a su sombra y en su nombre y favor.
Asquean todas estas historias, pero de ellas está resultando un innegable provecho: revelan la catadura real de estos líderes, la que se esconde detrás del maquillaje de la publicidad electoral, esa verdad a medias.