Durante un buen tiempo no hubo en Cartagena de Indias ningún policía portuario cuyos zapatos de dotación o los accesorios de cuero que usaba no pasaran por las manos diestras de Samuel Patiño. Desde muy joven, en Barranquilla, Samuel se inició como aprendiz de zapatero, y en 1978, dotado de la experticia necesaria para el ejercicio del oficio, ingresó como zapatero de la policía portuaria de Cartagena.
Eran los tiempos en que los policías lustraban con esmero sus calzados y se acicalaban diariamente el cabello con unos geles baratos que se ofrecían en una variada gama de colores y se vendían en las tiendas de barrio. Con el tiempo, como era de esperarse, la barriada terminó bautizando el producto con el nombre de sus más tradicionales usuarios: “pomadita de policía”.
Samuel pertenecía a esa cofradía de zapateros orgullosos de su oficio, que escuchaban los boleros de Daniel Santos y leían con devoción a Vargas Vila. Unos artesanos herederos de los zapateros politizados del siglo XIX, que dedicaban su tiempo libre a la lectura y a construir espacios cotidianos de sociabilidad política. Como aquellos hombres, Samuel Patiño transmitió a sus hijos unos códigos éticos inquebrantables para afrontar la vida en medio de la pobreza.
La noche del 29 de diciembre de 2013, víctima de un cáncer de próstata que ya había hecho metástasis, el viejo Samuel, a la edad de 74 años, murió en una clínica de la ciudad de Cartagena. Como muchas otras, la muerte de Samuel confirmó que el peor cáncer sigue siendo un sistema de salud infame, que desgasta a las familias pobres en vericuetos jurídicos, para que la atención necesaria llegue a sus enfermos cuando ya no hay más remedio.
Supe de él a través de su hijo, mi amigo, el escritor Frank Patiño, cuando ya era un hombre jubilado, en el uso del buen retiro de parrandero empedernido y fumador compulsivo. Para Jairo del Río, Vladimir Urueta, William Cueto, Álex López, Óscar Ballesteros, Waydi Miranda, Kriss Urueta, Javier Velásquez, Roberto Oñoro y toda la cofradía de los ‘amigos caprichosos’, Samuel Patiño era un hombre manso, callado y necesario que administraba, con certeza y sin apuros, desde una mecedora, nuestras parrandas en el patio León Trosky, como hace varios años, pensado en las simpatías políticas de Frank, tuve la certeza de bautizar el patio de su casa en la barriada.
En ese patio, sin tomarse un trago, Samuel vio con nosotros los amaneceres que ya había visto. En esas mismas parrandas, supimos de sus incursiones al estadio de beisbol Once de Noviembre en Cartagena, en compañía de sus hijos cuando los equipos Indios y Torices mandaban en la comarca. A los que vimos el sol salir a su lado en ese patio memorable su muerte nos duele hondo.
El pasado jueves por la noche nos reunimos con su hijo Frank y fuimos a ver un partido de beisbol profesional en el estadio 11 de Noviembre de Cartagena. Estuvimos comentando las jugadas y celebrando las ocurrencias de la fanaticada. Nunca lo mencionamos, no hacía falta. Todos sabíamos que el viejo Samuel estaba allí. Los amigos sabíamos que ese juego de pelota al que asistimos era un pretexto para recordar su infinita presencia en el juego de la vida.
javierortizcass@yahoo.com
@JavierOrtizCass