Una pobre incauta, colombiana estudiante de diseño en Nueva York, ha sido acusada de haber plagiado varias ilustraciones que se usaron en el libro sobre moda La maravilla de ser mujer, de Pilar Castaño. “Pobre incauta”, digo, porque me parece que su error, ya aceptado por ella misma, fue, más que nada, un error de ignorancia. Nadie le explicó, al irse a estudiar a Estados Unidos, que esas astucias tan colombianas, el plagio, la copia, la ‘copialina’, el ‘machete’, el atajo y la trampa, de las que nos ufanamos aquí como una expresión más de nuestra encomiada ‘malicia indígena’, en los lugares serios del mundo son penalizadas con la deshonra.
En mi paso por la universidad en EEUU conocí el respeto que en ese país se tiene por el trabajo honesto. A ningún estudiante se le pasaba por la cabeza copiarse, ni siquiera en una tarea en privado, pues sabía cuáles serían las consecuencias si lo detectaban: expulsión inmediata, dificultad para ingresar en otra institución de prestigio y una estrella negra para siempre en su hoja de vida. Habría sido un suicidio profesional.
Aquí, en cambio, todos sabemos que en todas las universidades, desde las de garaje hasta las más encumbradas, los estudiantes plagian, se copian y presentan como propio material descargado de internet, bajo el amparo de la costumbre y la resignación de los profesores. Cuando son pillados no les espera la expulsión, sino que frecuentemente la entidad debe salir a defenderse de padres que amenazan con demandas (o, incluso —me consta—, con lesiones personales) a las autoridades académicas. Todo se vale con tal de salvar la honra de sus pobres angelitos. En el peor de los casos, el castigo por la deshonestidad intelectual no pasa de una materia o un semestre perdido. Es por eso que más adelante nos encontramos con ingenieros ineptos, doctores analfabetas, abogados charlatanes y, para colmo, concejales, congresistas y alcaldes que han plagiado desde tesis enteras hasta proyectos de ley, o que han falsificando diplomas y credenciales académicas. Y el país como si nada, como si no estuvieran ligadas a la mediocridad de nuestros profesionales tragedias como la del Canal del Dique hace tres años, o la caída del edificio Space en Medellín, que se llevó a 11 personas a la tumba y cuyo curador había sido dejado en ese cargo a pesar de haberse rajado en el examen de méritos para ejercerlo.
Y me pregunto, además, si en esta situación no participó también otro ingrediente: esa manía nuestra de copiar todo lo extranjero e imitarlo sin reflexión ni análisis. Le dice Pilar Castaño a El Tiempo sobre la ilustradora que la engañó: “Cuando vino a mi oficina y me mostró su trabajo vi un trazo divino, muy ‘fashion’, como lo que ve uno en los libros norteamericanos.”
Muy ‘fashion’: un anglicismo doblemente deleznable, primero por innecesario, y segundo por mal empleado, ya que aparece como adjetivo cuando en realidad es un sustantivo. Entre nosotros se usa como un guiño, como una señal, supongo, de sofisticación, en tanto que en otra parte sería un simple error gramatical. Pero en el fondo lo que implica es que una cosa puede ser ‘fashion’ como puede ser ‘roja’, ‘dura’ o ‘alta’; como si la moda fuera una sola, una cualidad que se tiene o no se tiene, según el criterio, supongo, de Pilar Castaño; es decir, el de los “libros norteamericanos”. Lo que me hace concluir que, en este caso, obtuvo exactamente lo que buscaba.
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