Se cumplen hoy 40 años del golpe militar en Chile, que desembocó en el epílogo de una hermosa ilusión en América Latina cuando se vio llegar al poder por esfuerzo democrático a un líder socialista representado en Salvador Allende. Pero también se estableció desde ese día, 11 de septiembre de 1973, la más salvaje persecución de las ideas de izquierda en un país como Chile, donde la pluralidad, el sentido común y la tolerancia se habían manejado casi a la perfección entre todas las organizaciones políticas.

El golpe militar planificado desde el mismo momento en que la Unidad Popular ganó las elecciones en 1970 comenzó a gestarse en Washington sin el más mínimo recato a través de las agencias norteamericanas representadas por la CIA, ITT y el más desvergonzado de los políticos estadounidenses, el secretario de Estado Henry Kissinger. Fue este personaje siniestro quien perforó los sentidos de Nixon para que en medio de la ‘Guerra Fría’ no se tolerara otro satélite socialista en el considerado patio trasero del continente.

Digamos que los primeros dos años de Allende fueron extraordinarios. No hubo episodios que establecieran o visionaran que en algún momento podría derrumbarse el experimento socialista acompañado de otras tendencias políticas como la Democracia Cristiana. Pero la maquinaria orquestada por Kissinger comenzó a trabajar cercenando la capacidad de maniobra del gobierno.

La nacionalización del cobre, el más rentable de los negocios de Chile, reconocido por los propios dirigentes de derecha hoy en día, fue el detonante para que Estados Unidos desarrollara una implacable persecución contra el gobierno de izquierda. Se organizaron paros de camioneros, proliferó el acaparamiento de mercancías, se polarizaron las ideas políticas hasta llegar al enfrentamiento belicoso entre facciones de derecha e izquierda, todo auspiciado por la Central de Inteligencia de Estados Unidos. Lo que estoy reseñando está comprobado en investigaciones periodísticas y relatos que reposan en los archivos del golpe militar.

El hombre de confianza de Allende, el general Augusto Pinochet, se le mide al golpe unos cuantos días después de que el Jefe de Estado lo hubiera ascendido a comandante en jefe del Ejército el 23 de agosto de 1973. Así se concreta la traición que desembocó en el sangriento golpe militar que terminó con la democracia chilena.

Augusto Pinochet asesinó a más de 3.500 chilenos. Muchos de ellos fueron desaparecidos tras ser lanzados sus cuerpos al mar envueltos en sacos de papa amarrados con alambres. Así lo consigna el informe de Los Manuales de la Escuela de las Américas, tras poner en evidencia los malos pasos de la denominada Brigada Lautaro.

Quienes defendían a Pinochet, sobre todo la oligarquía latinoamericana, terminaron decepcionados cuando mucho tiempo después de haber abandonado el poder se comprobó que no solo era asesino, sino también ladrón.

Hoy Chile sigue dividido por el rompimiento de su proceso democrático en 1973. Los que más sufrieron perdonan, pero no olvidan, al tiempo que exigen justicia contra aquellos que acabaron con la vida de sus seres queridos. Pero vale la pena también hacer un alto reconocimiento al restablecimiento de la democracia que comenzó con la derrota del dictador durante el plebiscito de 1988, que tuvimos la oportunidad de cubrir y que terminó con las andanzas del sátrapa. Nadie daba un peso por el NO, la alternativa que permitía regresar a la senda democrática. Triunfó el NO contra todo pronóstico, y Chile se enrumbó hacia la democracia otra vez.

Hoy por hoy, Chile es el país más exitoso en materia de desarrollo económico y democrático de América Latina. La gobernante coalición centroizquierdista es la principal responsable de este logro tras la caída del tirano, luego de 20 años de gobiernos ininterrumpidos con el liderazgo de los presidentes Aylwin, Frei, Lagos y Bachelet. Durante los últimos cuatro años ha gobernado la derecha, en cabeza del presidente Sebastián Piñera. Pocos resultados en materia social lo dejan muy mal ubicado en las encuestas, pero democracia al fin. Michelle Bachelet calienta motores para regresar al poder tras abandonar su mandato con un 84 por ciento de popularidad. Hoy encabeza las encuestas con un 49 %, frente al 12 % de la candidata de la derecha, por cierto hija de uno de los miembros de la junta militar que gobernó a Chile a punta de plomo y sangre. ¿Quién ganará? ¡Hagan sus apuestas!

¡Que viva Chile en democracia!

Por Jorge Cura Amar
jorgecura@hotmail.com