A mi hermano Javier Pertuz

Sí, a él, el médico que hace un año y medio me hizo la ileostomía en un intestino delgado que crujía y lloraba, y por poco, casi nada, me manda de viaje a la Dimensión desconocida. Tuve miedo y me demoré en volver. Pero, hace diez días, el 4 de marzo, fecha del cumpleaños de mi madre, el doctor Mercado, asistido por la doctora María Villa, me cerró, por fin, la maestra ileostomía. Todo gracias, a la fraterna bondad de Eduardo Verano y a la eficiente gestión de Ramón Quintero, gerente del Cari.

Y uso el adjetivo ‘maestra’ porque, durante esos dieciocho meses aprendí, en carne viva, cómo trata esta sociedad a sus enfermos. En nombre de ellos, y no sólo en el mío, escribo estas palabras. Al hacerlo, pienso en la paciente de 28 años, con la cadera fracturada, en la habitación de al lado, cuyos gritos de dolor me sacaron no pocas lágrimas. Alguien, la mamá, tal vez, le leía las compasivas, las amorosas palabras de Jesús, El Cristo.

Durante ese infierno, fui rechazado, humillado y ofendido de todas las formas posibles, y ello desde el inicio, a la semana de haber salido de la clínica, con barrera y bolsa adheridas al vientre. En el baño del Carulla de la 72, un guardia casi saca el arma cuando me vio vaciar la bolsa, y me dijo que eso no lo podía hacer ahí, como se estuviera cometiendo una obscenidad. Me bajaron de los taxis, me botaron de los sitios públicos, e incluso de alguna que otra reunión de ‘amigos’.

Así que esta segunda oportunidad en el Cari, mientras el amigazo Moisés Imitola me hacía reír a carcajadas con sus visitas nocturnas, sobre todo cuando imitaba el camina’o de mi hermano Danilo, pensé que cuando saliera de allí iba a escribir esta columna, reitero, en nombre de todos los que sufren persecución y rechazo por culpa de su enfermedad sea del cuerpo, del alma, o de ambos. Esa actitud, no sobra recordarlo, también atenta contra los principios fundamentales de la Constitución Política de Colombia y de todas las constituciones y cartas sobre Derechos Humanos del Planeta Tierra.

Es fama que los antiguos espartanos, despeñaban al abismo tanto a niños como ancianos con limitaciones físicas evidentes. No hemos mejorado mucho en materia de sensibilidad y compasión por el otro, cualquier otro, hasta el que llamamos delincuente, hasta el asesino, en los últimos dos mil quinientos años por muchos iphones y tablets que exhibamos. Al revés: estamos empeorando de una manera alarmante. Es sabido que en USA le van a echar litio al agua que llega a cada casa para que la gente se torne aún más insensible de lo que ya es. El mundo feliz, que vaticinó Aldous Huxley, ya ha llegado. Mi reino no es de este mundo, dijo el Maestro de los maestros.

Les pregunto, a quienes rechazan a los enfermos, ojalá bajo la luz de Cristo, de Franchesco, el hermano-poeta de Asís, ¿ustedes, por Dios, están seguros de que no van a enfermar jamás de absolutamente nada? ¿ustedes no van al baño? ¿ustedes no huelen mal nunca? ¿ustedes son inmortales? y finalmente ¿ustedes no se han dado cuenta, ni se darán cuenta jamás, de quiénes son los que padecen realmente de una enfermedad gravísima en el centro del alma? No habrá respuesta, lo sé. Mientras tanto, con Franchesco, quiero recordarme que dando es como recibimos, perdonando es como nos perdonan, y muriendo en el odio, y naciendo en el amor, es como llegamos a la vida eterna. Amén.

Por Diego Marín Contreras
diegojosemarin@hotmail.com