Desde hace varios días circula una carta en internet y las redes sociales escrita por un joven Daniel, de 23 años, titulada “Benedicto, gracias por renunciar”. Extracto algunos apartes de la carta por ser hoy el último día del pontificado de Benedicto XVI. Cuenta el joven que después de cuestionarse las posibles causas, encontró la respuesta en la siguiente afirmación: El señor Ratzinger ha renunciado toda su vida.
“Sí, el Papa renunció a una vida normal. Renunció a tener una esposa. Renunció a tener hijos. Renunció a ganar un sueldo. Renunció a la mediocridad. Renunció a las horas de sueño, por las horas de estudio. Renunció a ser un cura más, pero también renunció a ser un cura especial. Renunció a no llenar su cabeza de Mozart, para llenarla de teología. Renunció a llorar en los brazos de sus padres. Renunció a estar jubilado, a disfrutar de unos nietos. Renunció a disfrutar su país. Renunció a tomarse días libres. Renunció a su vanidad. Renunció a defenderse contra los que lo atacaban. El Papa fue un tipo apegado a la renuncia.
Un papa que renuncia a su pontificado cuando sabe que la Iglesia no está en sus manos, sino en las de alguien mayor, es un papa sabio. Nadie es más grande que la Iglesia. Ni el Papa, ni sus sacerdotes, ni sus laicos, ni los casos de pederastia, ni los casos de misericordia. Nadie es más que ella.
Ser papa es un acto de heroísmo. Hoy Ratzinger se despide crucificado por los medios de comunicación, crucificado por la opinión pública y crucificado en la humildad, esa que duele tanto entender.
Benedicto XVI decidió apartarse por amor a su Iglesia. Se marcha sin homenajes pomposos en el más alto grado de humildad”.
El Papa nos ha dado una gran lección de humildad colocando primero la voluntad de Dios antes que a sí mismo; “en el mundo de hoy, sujeto a rápidas transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe, para gobernar la barca de San Pedro y anunciar el Evangelio es necesario el vigor tanto del cuerpo como del espíritu”.
Es Dios quien realmente importa, es a Cristo a quien seguimos los católicos, y la Iglesia es de Cristo.
Por Luz María P. de Palis
luzmapalis@yahoo.com.ar