Era la mejor amiga de mi madre Yamile Diab de Guerrero. Conversaban largamente en épocas de vacaciones o puentes festivos. El punto de encuentro: las minas de esmeraldas de Muzo, en el noroccidente del Departamento de Boyacá. Donde muy cerca están las de Chivor, Otañe, Coscuez.
En ese entonces su esposo Enrique, médico de la mina, y mi padre Jaime Guerrero, administrador por intervención del Banco de la República (años 60), lograron escapar de la llamada ‘guerra verde’. Entre los ‘chusmeros o guaqueros’. Todos murieron por la ambición de obtener las piedras verdes que pisaban como arena. En ese entonces Víctor Carranza, conocido como el ‘Zar de las esmeraldas’, era el capataz que también logró escapar de la masacre.
Retomando esa amistad; época en que yo era una pequeña curiosa y metida, las escuchaba hablar de su revista Mujer de América: mitos, ritos y leyendas, y 3 kilates 8 puntos, entre otros, que fue escribiendo en esos tiempo y salió publicado en 1966, ganador del premio Esso. Mujer culta, diplomática y consagrada a su labor periodística y de escritora.
A mi madre yo la acompañaba a cazar mariposas, las más bellas del mundo. Las guardaba celosamente con su cabecita espichada en un libro que las disecaba para luego cuidadosamente colocarlas con un alfiler en un óleo donde parecía que siguieron volando. Todo el mundo tenía que ver con ese cuadro; que serviría más delante de estudio para los biólogos del Instituto Humboldt en Bogotá.
Mi madre murió muy joven, y 33 años después, el 20 de febrero del 2018, Flor Romero de Nohra. Inolvidables amigas, en una época crucial para Colombia.
Diana Guerrero Diab
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