
El machismo de que hablan a menudo las mujeres de la época no es una postura arrogante del hombre, el machismo le proviene de la herencia biológica que le dejaron sus remotos antepasados; este machismo es tan fuerte en varios países.
que los varones tienen la idea firme de que la mujer es de propiedad exclusiva del marido y que por lo tanto no se permitía que la mujer sobreviviera al hombre.
La historia nos enseña que en muchos pueblos la fidelidad pos-morten de la viuda se aseguraba sacrificándola a la muerte de su esposo. Entre la tribu comanches cuando moría un hombre ahí mismo mataban a su esposa favorita para que no andara repartiendo ‘favores’, los comanches eran indios de América del Norte. En algunas tribus californianas se mataban las viudas en la hoguera en que se incineraba el cadáver de su esposo. En el Darien y Panamá se las enterraba a la muerte de su marido. Cuando moría uno de los Incas se mataba inmediatamente a la mujer preferida por ese inca. En el Congo y en algunos Países de África se les enterraba viva con su respectivo esposo, con el fin de que su esposo no careciera de compañía en el mundo de los espíritus.
A esta prácticas muchas veces se le añadían otros motivos aún más perversos y carentes de nobleza como sucedía en Dahomey (República de África Occidental), a orillas del Golfo de Guinea, entre Nigeria y Togosup, en donde antes de enterrar a la viuda se le quebraban las piernas para que no pudiera escaparse corriendo.
Entre los Kuhis, la viuda tenía que permanecer cerca del cadáver de su esposo durante un año, para protegerlo de las aves carroñeras y no podía volver a casarse sino hasta cuando el cadáver quedara reducido a los huesos. Entre los Indios Mosquitos, la viuda estaba obligada a llevar durante un año todos los días alimento a su marido, y debía depositarlo en la sepultura. Al cabo del cual debía recoger los huesos y conservarlos durante otro año. Cumplido esto, podía contraer nueva nupcias. Entre los Indios Minas, se encerraba a la mujer en el mismo local donde se había sepultado al marido, y allí debía permanecer seis meses, al cabo de los cuales podía volver a casarse.
Julio César Palencia Caratt
T.P. 33725
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