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El poder se ha hecho más fácil de adquirir, más difícil de usar, y mas fácil de perder. Ese es el mensaje central que Moisés Naím transmitió en su charla con Jon Lee Anderson en el marco del Hay Festival la tarde de ayer.

El economista, escritor y columnista venezolano, reconocido por sus libros y artículos académicos sobre economía y política internacional, le explicó al público reunido en el Centro de Convenciones de Cartagena cómo el poder, hoy en día, no solo se ha trasladado de las potencias tradicionales a otras más recientes y de las grandes corporaciones a las recién llegadas, sino que se ha degradado.

'Los que tienen el poder pueden hacer menos con él', sostiene Naím, haciendo la salvedad de que aún existe gente poderosa, sino que ahora tienen más restricciones y limitaciones para hacer lo que quieran.

Uno de los espacios en donde más se reflejan estos cambios son la redes sociales, medio a través del cual se han movido de forma natural manifestaciones e inconformismos porque en ellas, según Naím, es más fácil protestar.

'Pararse frente a una cámara con un cartel es poco costoso, no requiere demasiado esfuerzo y no representa un riesgo, y uno se siente bien porque está apoyando una causa noble'.

Además, explica, estos medios facilitan la coordinación y organización de quienes protestan y han amplificado la voz de quienes antes no tenían.

Sin embargo, y a pesar de que reconoce su importancia, considera no son más que tecnologías, herramientas, 'y por lo tanto requieren usuarios, y estos a su vez tienen motivación, dirección, intencionalidad, y es importante entender los determinantes de las motivaciones de quienes usan las redes sociales'.

Otro problema que el economista encuentra en este fenómeno es que la mayoría de ellos son 'eventos catárticos': 'La gente va, protesta, se saca de adentro la rabia que tiene con lo que está sucediendo y después se va para su casa'.

Y cita ejemplos en Brasil, México, España y otros a nivel internacional como Occupy Wall Street, que llegó a tener gente protestando en las calles de 2.600 ciudades, 'y no pasó absolutamente nada', pues 'son muy pocas las protestas callejeras potenciadas de esa manera que tienen consecuencias' en términos de cambios en políticas, en el gobierno o en la forma en que se hacen las cosas.

'El problema no es la protesta, es lo que pasa el día después', apunta.

Para Naím, a pesar de que en los últimos 20 años ha habido una 'explosión de innovación' en casi todos los campos de la vida, la forma de gobernar sigue siendo la misma, y ante sociedades que cada día más se organizan y se mueven en contra de sus gobiernos estancados, es inevitable un choque.

El venezolano concibe la desintegración del poder como una oportunidad para transformar eso, y la manera de aprovechar la coyuntura es dejando la apatía.

'No tendremos mejores gobiernos mientras no tengamos mejores partidos políticos, y nunca tenderemos mejores partidos políticos hasta que la gente decente se meta y participe. Los partidos políticos tienen que volver a ser el lugar de los soñadores y los idealistas que quieren cambiar el mundo'.