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Las mujeres adultas peinan a las más jóvenes trasmitiendo también las historias detrás de esta costumbre ancestral. Orlando Amador
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El peinado afrocaribeño, más que una moda

La tradición afrodescendiente une a la comunidad y mantiene un legado histórico de resistencia. Concurso en Bajo Valle exalta esta tradición.

El camino hacia Bajo Valle es intrincado, las calles pavimentadas se prolongan en el terreno irregular y terminan en cortes abruptos donde la maleza se asoma. Las casas de “material”, como llaman a las de ladrillos, se alternan con las de madera, y en sus terrazas es habitual ver a las mujeres adultas trenzando con sus manos caminos en los cabellos de las más jóvenes.  Este es uno de los barrios en los que se concentra la mayor población afrodescendiente en Barranquilla.

Gertrudis Salgar, de 38 años y nativa de Palenque, dibuja una línea perfecta sobre el cráneo de la niña a la que peina. Ella separa la ‘porción’ de cabello y sus dedos con destreza empiezan a entrelazar marcando la huella de una ruta histórica que se sigue escribiendo sobre las cabezas de las nuevas generaciones.

“Este es el bordebalais, una trenza pegadita al cráneo. Con ella se puede hacer el laberinto con todas las formas que se te ocurran. Ningún peinado es igual”, cuenta mientras continúa centrada en su labor.

La lucha histórica

Unos metros más adelante, Eneidys Garcés peina a su sobrina, que espera paciente el fin del laberinto.

“Uno se las ingenia, vas siguiendo el camino hasta que veas que no hay salida”, comenta sin apartar la vista del trenzado que ha tomado forma de espiral, y añade: “te puede quedar de cualquier manera. Estos los usaban los africanos para marcar rutas de escape en la esclavitud, los dibujaban en los cabellos de los hijos. Hay un peinado que se llama ‘Ruta a la libertad’, cuando lo hago pienso que es un homenaje a los secuestrados”, dice Eneidys antes de guardar silencio.


Mujeres del barrio Bajo Valle peinando a las más jóvenes. (clic aquí para ver galería)

Gertrudis cuenta que en tiempos de esclavitud las mujeres escondían las semillas, los trozos de oro y las monedas en el cabello. “No es solo moda, es historia y resistencia”, afirma la nativa de Palenque.

El historiador Alfonso Cassiani en su análisis sobre los saberes asociados al peinado afropalenquero afirma que estos “constituyen una de las más significativas expresiones de etnicidad, ligada a la estética propia de la ancestralidad africana, e instituyen la estrategia colectiva de resistencia a la exclusión, a la aculturación y al racismo”, explica el investigador.

Eneidys continúa formando el entramado de trenzas mientras comenta que todos los peinados se aprenden con la observación de una actividad que es parte de la cotidianidad del barrio.

Peinado del abanico. 

“Cuando uno peina a las niñas, ellas ven cómo se hace. Se aprende mirando a las mamás, las abuelas o tías. Es algo diario, a las más pequeñas les cambiamos el peinado para el colegio”, cuenta.

La estética afro contra el racismo

Según Liliana Angulo, investigadora del proyecto ‘Quieto pelo’, la historia del peinado afro también habla de “una estética rica que se adapta a las nuevas condiciones del entorno, pues, como afirma la artista, un peinado afro nunca es igual a otro, son obras de una complejidad impresionante que tienen mucho de geometría, creatividad y  precisión”, señala en las conclusiones de su investigación etnográfica en el Pacífico.

José Miguel Pérez junto a la Fundación Folklórica y Artística Mestizaje lleva cinco años realizando el concurso de peinados afrocaribeños con el fin de celebrar una de las expresiones más importantes de la cultura afrodescendiente que se ve amenazada por los parámetros de belleza actual.

“Es una forma de resistir la discriminación. Antes una negra no se alisaba el pelo, ahora lo hace porque se siente acomplejada de su originalidad, por eso realizamos este encuentro para que no se pierdan esos valores de la cultura propia”, explica Pérez.

Nuevos diseños nutren la tradición.

Para Eneidys, la discriminación es un asunto de todos los días. “Me han dicho a veces negrita, yo digo que no me digan negra porque tengo un nombre, a pesar de mi color”, expresa.

Una vez al año la calle se vuelve una pasarela. En esta ocasión las tablas de madera se extienden sobre el piso cubiertas por un tapiz que hace las veces de alfombra roja. La faena de las mujeres moldeando el cabello en líneas y espirales trenzadas llega a su fin.

Los resultados son motivo de orgullo para ellas, que perpetúan sus raíces a través de los caminos que continúan abriendo con sus manos. 

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