
El dolor de las víctimas de la guerra irrumpió en Navidad
La obra ‘Inxilio, el sendero de las lágrimas’ se puso en escena por las calles de Cartagena, y finalizó en el Centro de Convenciones de Getsemaní.
A las 5 de la tarde, cuando el sol incendiado empezaba a hundirse en las aguas del mar Caribe, por la ciudad de piedra salía un cortejo lúgubre y conmovedor, con 200 mujeres, jóvenes y niños, vestidos de negro y organizados en cuatro grupos.
Al frente de cada uno, una Virgen, con el rostro entre velos y unos rayos de metal en la cabeza. Y al final de la procesión, acompañando al último grupo de danzantes iba la primera dama de la Nación, María Clemencia Rodríguez de Santos.
Esta fue la impresionante puesta en escena de la obra de danza contemporánea ‘Inxilio, el sendero de las lágrimas’, de Álvaro Restrepo, el coreógrafo y bailarín cartagenero, reconocido en el mundo por su talento. Por primera vez se desarrolla a cielo abierto, por las calles de una urbe.
Eran doscientas víctimas de la guerra que libraron por diez años paramilitares, guerrilleros, policías y soldados, en las montañas de María y en las sabanas de Bolívar, Sucre y Córdoba.
Ahora marchaban a paso lento, con ojos de tristeza, como sacando el dolor a la vista de los extraños que se asomaban a la vera del cortejo para indagar quiénes eran y porqué iban tan tristes, en un 15 de diciembre, víspera de la Navidad, dando pasos lentos, al son de unos golpes espaciados de tambores y con la música de fondo de la de Polifonía del Nuevo Mundo, que hacía más sobrecogedor la obra artística.
María Clemencia de Santos acompañó la representación.
La procesión salió del Palacio de la Inquisición, pasó por la plaza de la Aduana y llegó a la convulsa plaza de la Puerta del Reloj. Allí se hizo una estación. Una canoa roja, con una niña de negro y una mata de laurel esperaban a la marcha. La canoa fue levantada por unos jóvenes también vestidos de negro.
Por los ríos corrieron tantos sacrificados por los violentos. En sus canoas algunos huyeron dejando a sus tierras abandonadas. La obra está llena de simbolismos.
La entrada al Centro de Convenciones de Getsemaní fue imponente. Los anónimos que padecieron el horror de la guerra, entraban pisando una alfombra roja, por la que tantos quieren caminar sonrientes, espléndidos.
Allí, en el patio de banderas del centro, se desarrolló otra parte de esta obra, que terminó en el auditorio, y despertó aplausos y elogios.
Barleis Cassiani, una hermosa negra venida de Palenque, solo atinó a decir, conmovida, “esto me llega al corazón, tengo ganas de llorar”.