
“El accesorio se volvió el lujo”: Mario Hernández
La marca del santandereano fue una de las firmas invitadas al Barranquilla Fashion Week.
Tiene un reconocimiento con el que no nació, con el que no soñaba, pero su hablar deslizando cada sílaba, anatómicamente santandereano, recuerdan a su interlocutor que sigue siendo del campo.
Mario Hernández se echó maletas al hombro para andar una ruta que estableció la necesidad de comer, de escapar a la violencia, y paradójicamente terminó construyendo un equipaje de lujo para cada ocasión, con su nombre.
El empresario acaba de presentar en el Barranquilla Fashion Week su más reciente colección, en la que no acaba de empacar la felicidad de ser un hombre realizado, uno que ha ido a buscar lo que no encontró bajo su cama, en una maleta.
¿Cómo se pasa de ser un ciudadano cualquiera a un empresario que le da nombre a una marca?
De eso uno no se da cuenta. Eso es el resultado de trabajar con constancia, con amor y entusiasmo. Eso es como la vida: uno nace, le enseñan a comer, a ir al baño, a caminar. Se levanta uno, se cae, vuelve y se levanta, le enseñan las vocales, y ahí vamos.
¿Hubo un punto de inflexión por el cual toma la decisión de salir del campo a Bogotá y de ahí a Nueva York?
Tenía muy claro desde que montamos la primera tienda que no me gustaba el producto que teníamos, por eso montamos la fábrica. Quería un producto diferente, de calidad, de diseño, porque la manera de competir es con eso. De eso hace más de 30 años.
¿Pero por qué fue que dijo “voy a irme”?
Nosotros somos desplazados de la violencia. A los siete año tuve que salir de Santander, pero no hay mal que por bien no venga, o si no estuviera allá vendiendo tabaco. Y a los 10 años quedé huérfano y a los 14 empecé a trabajar de mensajero y hacer negocios.
¿Cuándo encuentra definitivamente el camino que quería seguir?
Desde que montamos la fábrica en el 78 yo pensé que ese era el camino para hacer un producto diferente. Trajimos la franquicia de Bally, de Suiza, y después abrí un almacén en Nueva York en 1991, con el nombre de Marroquinera. Yo pensé que Colombia era el país más verraco con matas de café y cosas de estas, pero me cogió una situación muy mala: no tenía colores, no competía con la moda, el nombre era genérico, difícil de pronunciar, y ese fue mi mejor MBA.
Entonces regresé a Colombia y contraté unas agencias de publicidad,una de ellas en España, y llegué a Madrid, y Carlos Carrión me dio una clase de mercadeo. Me dijo: “usted fabrica productos de cuero de lujo asequibles y eso lleva el respaldo del nombre del fundador, entonces tienes que cambiarle el nombre”. Yo nunca había querido porque no me gusta figurar, ni cosas de esas.
Regresé a Colombia y bajé el nombre de las tiendas Torrelandia y Marroquinera y le puse Mario Hernández. Eso fue en el año 1996. Nadie me quería comprar porque no sabía quién era Mario Hernández, y hoy día, si no tiene el nombre Mario Hernández, no se vende. Cómo es la vida, ¿no?
¿Cómo le cambió la vida? ¿Qué hace ahora que no hacía antes?
Ahora trabajo más que antes, porque tengo una gran responsabilidad. Hay más de 500 empleos directos en Colombia que depende de mí. Esto ya no es mío, es un patrimonio de la sociedad, de la gente, del país, entonces mi gran reto es que la empresa perdure. Ahora trabajo más que antes, pero me gusta lo que hago.
¿En qué puntos de la cadena productiva interviene?
Me involucro mucho en producto, en diseño, más que en administración. A mí me gusta mucho el diseño, escoger los materiales, me gusta involucrarme mucho en eso.
¿Dónde aprendió marroquinería?
Yo estuve 16 años de presidente de Asocueros, donde hicimos la feria especializada de marroquinería, donde se exportaba mucho en los años 90. Viajaba mucho por el mundo a las grandes ferias de marroquinería, visitaba fábricas en Italia. En los negocios que monto me gusta aprender. Monté una panadería y quise aprender de panadería también, porque si uno no conoce el negocio, no puede dirigir.
¿Cree que ese olfato para los negocios viene por defecto por ser santandereano?
No sé si por ser santandereano, o por la necesidad y el hambre, que le obligan a uno a ser recursivo, a inventarse cosas, a ser creativo.
¿Cuántas veces al año viaja?
Viajo mucho. Voy a Europa, a las ferias. No de producto terminado, porque no podemos copiar, sino a las ferias de materias primas de grandes diseñadores y nuevas tendencias. Voy a Estados Unidos, miro qué pasa; voy a China, donde estoy un mes al año mirando cosas. Voy a Brasil... al año hago, por lo menos, de siete a diez viajes.
¿Cuál es la diferencia entre crear un producto cualquiera y crear lujo?
Eso va en la moda, en las tendencias, en el diseño, en la propuesta, materiales, como un buen plato, como el chef. El chef va a las cuatro de la mañana a la plaza de mercado a ver qué hay raro, qué consigue para cocinarlo. El lujo es que la mujer de hace 20, 30 años usaba mucho oro, e iba bien vestida, pero llevaba unos accesorios horribles, unos bolsos horribles, mientras que hoy usa un jean, una blusita y el accesorio: las gafas, el bolso, los zapatos, los cinturones. El accesorio se volvió el lujo.
¿Qué tiene que tener su producto para poder ser llevado a una vitrina?
Tiene que tener una identidad: diseño, calidad y precio.
¿Qué es lo más complicado para mantenerse vigente?
En esto hay que estarse reinventado. Hoy en día con la globalización, con la apertura, la moda llega al momento. Antes, cuando no existía nada de eso, llegaba a los cuatro, cinco años. Hoy ya uno sabe qué se está usando. Los productos de lujo siguen siendo artesanales. La materia prima es muy complicada. Cada piel es un mundo, es diferente. Conseguir personal para hacer este tipo de productos es muy complicado. La gente aprendiz que trabaja con nosotros sale de maestros. Traemos técnicos italianos, y toda la experiencia que tenemos, se las enseñamos.