'Quien lo vive es quien lo goza y el que no hace plata está en la olla', recita Jesús Alberto Cerpa mientras acaricia a su caballo José Joaquín, su fiel amigo y el que le da de comer a él y a su familia.
El sol está en todo su esplendor. Una aglomeración de carros de mula, alrededor de 15, inunda la calle 77, su punto de estacionamiento.
'¡A dos mil barritas, a dos mil patrona. Móntese y disfrute!', grita Jesús para llenar el cupo de ocho personas que soporta la carroza, la cual fue adornada para la ocasión y tiene un llamativo diseño. $30.000 pesos invirtió su dueño en hojas de palmera y alusivos en cartón del Carnaval: marimondas, congos, toritos y negritas puloy.
Desde las 6 de la mañana Jesús salió ayer, del barrio Las Malvinas, a rebuscarse, tal y como lo ha hecho desde hace ocho años en el Carnaval de Barranquilla.
'Mi padre siempre trabajó en esto, y cuando terminé mis estudios vi que no podía en otras áreas y me gustó este arte. Así me rebusco el sustento de mi casa' , expresa el joven de 25 años y padre de dos hijos.
Un cliente se acerca a la carroza. Por su aspecto físico parece ser un extranjero. No habla muy bien el español, pero se defiende con lo necesario. El hombre, de tez blanca ha llegado con cuatro compañeros más. Con cinco cupos y tres aún por llenar, comienza la travesía hacia la Vía 40.
'El extranjero ve esto como algo novedoso y como ellos vienen es a disfrutar plenamente su Carnaval pues se montan. Pagan muy bien y dejan buenas propinas', dice Jesús mientras conduce a José Joaquín.
Antes de este oficio, Jesús hacía dinero alquilando sillas en la Vía 40, pero la llegada de los ‘mini palcos’, truncó sus ganancias y le tocó sacar su ingenio. Hoy trabaja en una ferretería ayudando a llevar materiales de construcción.
'Lo peor para nosotros fue la creación de esos palcos pequeños. Antes uno alquilaba las sillas en el cumbiódromo y se ganaba buen billete. Yo me podía hacer $700.000 u $800.000 pesos. Ahora, me la tengo que sudar más. Un día bueno puede ser de $200.000 pesos o $250.000. Pero esto es sudado entre mi caballo y yo'.
Para llegar a la Vía 40, desde la calle 77, el trayecto demora unos 15 o 20 minutos dependiendo del tráfico que haya. Muchas veces la poca tolerancia de las personas, unos peatones y otros conductores, dificulta el desarrollo de la actividad que beneficia a la comunidad.
'Quiero decirle a las personas que esto lo hacemos, primero para rebuscarnos y de paso para ayudar a aquellas que se les dificulta caminar, pero quieren vivir el Carnaval. Muchos taxis, quizá de mala gana, nos atraviesan los carros. A ellos, y a los que controlan la movilidad, les decimos que nosotros transportamos vidas y, además, está en riesgo la salud del caballo o del burro', enfatiza Jesús Alberto, quien le da de comer a José Joaquín, diariamente, cinco mazos de hierba, 10 libras de maíz y dos panelas. El cuidado de este animal es primordial para el desarrollo de su rutina.
'José Joaquín está conmigo desde hace cuatro años. El trato que hay que darle es bueno para que un caballo o un burro viva unos 15 años, más o menos'.
A pesar del rebusque, y el hecho de poder ganarse diariamente hasta $250.000 pesos (solo en Carnaval), Jesús manifiesta que no están contentos con la importancia que se les da desde la parte gubernamental y por eso, muy respetuosamente, hacen un llamado de solidaridad.
'Queremos más participación y apoyo de la Alcaldía. Nuestro sustento es este y nos quieren quitar los caballos'.
Por su parte, Jesús Villa, un barranquillero residente en Miami, y que estuvo en el trayecto para disfrutar la Batalla de Flores, dio su opinión del ‘burro-uber’.
'Me da pesar con los muchachos y el caballo, pero esto es mejor que la delincuencia', expresó.