Más de una treintena de niños que pasaban por el lugar y que acababan de salir de clases rodearon a la barranquillera. Ella, imponente y cariñosa, los abrazaba, hablaba con ellos, reía con su recocha eufórica y aceptaba las fotos que le pedían. Varios adultos también se acercaron. La advertencia para todos era la misma: “se pueden tomar fotografías con la reina, pero sin abrazarla”, decía su madre, Angélica Alarcón. Algunos no respetaron el protocolo y sutilmente le estiraban la mano detrás de la cintura.