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La navaja surca la piel y, al filo de la hoja metálica, los vellos se van desprendiendo del rostro acumulándose en lado posterior de la cuchilla que ejecuta el barbero con precisión. Este oficio en Barranquilla se mantiene y como los dos lados de la navaja, la tradición y los nuevos conceptos coexisten al filo de distintos escenarios de ciudad. 

Jhonny Henao, de 30 años, es el barbero y propietario de South Beach. En el establecimiento, ubicado al norte de la ciudad, el playlist de música reggaeton y electrónica, seis espejos, el mobiliario negro y una mesa de billar, se conjugan para amenizar la espera del cliente. Jhonny comienza su ritual sacando la navaja y rociando la hoja con un spray desinfectante.

‘‘Inclina la cabeza hacia atrás’’, le dice Jhonny al hombre que espera en la silla, con su barba de 5 días.

Al otro lado de la ciudad, en Barrio Abajo, Tomás Alonso Figueroa, de 78 años, permanece detrás de las rejas del portal de su casa, frente al único espejo que pende sobre la pared amarilla. Al final del corredor se ve el desgastado cartel que anuncia el nombre del negocio que mantiene por más de 58 años: Barbería Mostacho.

Tomás, al que todos conocen como ‘Chicho’, ve asomarse en el sopor de la tarde a Antonio, su vecino, que llega presto a realizar su corte rigor.

‘‘Quítese la gorra Toño y siéntese’’, dice mientras señala con el dedo la silla giratoria antigua.

El génesis del oficio. Jhonny nació en Barranquilla pero vivió 20 años en Estados Unidos donde quiso titularse como arquitecto y para costear su proyecto profesional recurrió al trabajo como barbero. 

‘‘Yo estudié barbería allá, porque para poder trabajar tienes que estar acreditado, tener un estudio. Acá las normas son menos exigentes’’, comenta mientras exhibe las cualidades de su negocio, South Beach, que es reflejo de la influencia norteamericana en su historia personal.

‘‘Lo cierto es que antes de estudiar comencé como todos los barberos empiezan, empírico’’, sentencia Henao.

Por su parte, Tomás Alonso aprendió de niño lo básico de su oficio, cuando en lugar de jugar se quedaba embelesado observando al que fue su primer mentor en la calle.

‘‘Era un tal Horacio, de Soledad, que se fumaba cipote tabacos cuando motilaba. Yo me quedaba viéndolo para después practicar por mi cuenta’’, dice con desparpajo mientras recuerda que las primeras tijeras que usó eran torcidas y rememora la osadía que reunió para presentarse frente aHoracio diciendo que ya sabía motilar.

Jhonny Henao afirma que ‘‘el barbero propio, el original es el que aprendió a motilar con tijeras porque antes no habían máquinas’’, acaba la frase y se dedica a mostrar las tijeras, navajas, máquinas eléctricas, peinillas, cepillos y toda la variedad de instrumentos para modelar los cortes y formas de todo tipo de cabellos y barbas.

‘‘Tengo clientes que vienen cada tres días. El clima tiene mucho que ver porque en Barranquilla, con el calor, el cabello y la barba fastidian mucho’’, así explica que cada día surjan otras barberías similares en la ciudad; sin embargo, él se reconoce como pionero de un nuevo concepto de establecimientos dedicados a la belleza masculina.

El regreso de las barberías. ‘‘De las barberías tradicionales quedan muy pocas’’, expresa Henao. Tomás dice que cree que las barberías de antes se acabaron porque ahora hay mucho ‘‘peinado raro’’.

‘‘Antes encontraba uno barberías en toda la calle 33 con veinte de Julio y por La paz con la 33 y 34’’, dice como recordando y añade :‘‘Allá iba todo el mundo a tomarse sus traguitos y a motilarse’’.

Alejandro Chegwin, de 27 años, también está dedicado al negocio de las barberías como Jhonny y Tomás. Chegwin ve con optimismo el nuevo panorama de las barberías, pues en menos de tres años ha pasado de tener un solo local de Zona Urbana a administrar dos, una ubicada en el barrio La Paz y la otra en la Ciudadela 20 de Julio.

‘‘Es una tendencia que está volviendo por influencia de la televisión, las modas especializadas y la cultura norteamericana’’, dice Alejandro que es además profesional en finanzas y negocios internacionales.

Por su parte Henao también considera la posibilidad de expandir su mercado a otras zonas de la ciudad donde aún no hay barberías que él mismo define como ‘‘el espacio del hombre’’.

A filo de navaja. ‘‘Para este oficio necesita un buen pulso’’, afirma Tomás Figueroa extendiendo su mano con firmeza demostrando que a sus 78 años no le tiembla el pulso, ‘‘¿cómo la ve?’’, pregunta satisfecho y seguido explica la complejidad que de manejar una navaja antigua de barbero.

‘‘Las navajas no eran de estas’’, abre la capa protectora de la navaja y extrae la cuchilla desechable que se sujeta entre las dos láminas, ‘‘las que usábamos eran peligrosísimas y uno la rebaba en un cuero, después de afilarlas en una vaina de balso’’, cuenta para después afirmar triunfal ‘‘yo me tomaba media botella y tenía el pulso bueno, sí, ron blanco y del bueno’’.

Mientras Tomás trae de su memoria las antiguas formas de ejecutar su oficio, Jhonny Henao expone en su barbería las múltiples posibilidades para afinar el look del hombre.

‘‘En la barbería hay mucho más detalles en los cortes, hay más maña. Eso no certifican en una academia de peluquería’’, comenta al tiempo que muestra un fotografía de lo que considera una de sus mayores hazañas dibujar rostro, con sombras y relieves.

‘‘Es algo que pocos hacen, yo lo aprendí, con solo ver una foto yo pinto en el pelo, sin calcar’’, afirma.

Jhonny trasmite sus conocimientos a los demás jóvenes barberos que trabajan con él. Alejandro abre las puertas para que otros puedan desarrollar sus habilidades en la estética masculina. Tomás, con todos sus años, agradece que ninguno de sus 8 hijos se le dio la idea de ser barbero.

‘‘Es que uno en la vida tiene que ejercer varias vainas pa que no le echen cuento a uno’’, sentencia recostado en la silla vacía que dejó Antonio, su vecino y cliente.