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Esta noche cuando se conozca el nombre de la nueva Señorita Colombia, los más de quince días de ajetreo, favoritismo y figuración se resumirán en apenas unas horas en las que ninguno de los premios preliminares y pronósticos de expertos valdrán un peso. El jurado llega al Centro de Convenciones apenas con un tanteo del ‘terreno’ y, según ellos, con la certeza de que todas las aspirantes al título son preciosas, porque la belleza colombiana los ha dejado sorprendidos. Eso último lo aceptamos, pero lo de preciosas deja dudas porque, a lo sumo, tres tienen un brillo precioso, del que se necesita para sacar pecho en este tipo de eventos.

A la media noche las participantes que vinieron a visitar ‘realmente’ a Cartagena agradecerán el final de la correndilla, las que se inscribieron para usar el Concurso Nacional de Belleza como pase de entrada a la venerada televisión, entiéndase las estudiantes de Comunicación Social y Periodismo, esperarán la llamada ganadora de algún canal nacional y las que de verdad se le midieron al reto porque sueñan con mostrarse al país con cetro y corona, pueden terminar profundamente decepcionadas, por haberse confundido en su propia fantasía.

Las motivaciones para hacer parte del concurso son íntimas y todas respetables, pero en cualquiera de los casos es prudente no perder nunca la sensatez para dimensionar cuando no se cuenta con el mínimo de proporciones corporales, armonía y rasgos físicos para destacarse, muy por encima de maquillajes, vestidos y tacones, situación en la cual ni una lágrima melancólica por la derrota debería brotar.