Cerrar la puerta al ir a dormir es una costumbre común en personas de muchas partes del mundo. Y es que para algunos, se trata simplemente de seguridad o de mantener la temperatura ideal en la habitación.
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Pero desde la psicología, este hábito cotidiano también tiene una lectura más profunda porque puede reflejar cómo se sienten con ellos y con el mundo.
Asimismo, expertos señalan que es una forma de marcar límites, de proteger el espacio, y de enviarle al cerebro una señal de que el entorno está bajo control.
Lo que causa es una sensación de refugio que favorece el descanso y ayuda a desconectar del exterior. Muchas personas que duermen con la puerta cerrada valoran su privacidad y el silencio. Tienden a buscar momentos de introspección y desconexión como parte de su rutina diaria.
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Este hábito está asociado a personalidades estructuradas, que disfrutan del orden, la calma y las rutinas como forma de autorregulación emocional.
Cerrar la puerta al dormir también puede ser una forma de reafirmar la autonomía. Al limitar el acceso físico al propio espacio durante el sueño, se fortalece la percepción de control y seguridad. Es como decirle al mundo que es su lugar, y ahí manda.