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Las lágrimas de Sebastián Hernández y Luis Díaz al final del compromiso lo decían todo. De nada sirvió el gran partido realizado este domingo en el Atanasio, porque al final, una vez más, Junior se quedaba con las manos vacías y acumulaba otro fracaso a esa larga lista, que ya pesa sobre sus espaldas.

De nada sirvió el partidazo de Sebastián Hernández, con gol, asistencia, fútbol, ganas, coraje y empuje. De nada sirvió el renacer de James Sánchez, que después de mucho tiempo -¡muchísimo!- volvió a hacer una presentación digna, con decoro. De nada sirvió la gran actitud mostrada por los sorprendentes cambios de Comesaña, entre los que se encontraban Rafael Pérez, Luis Narváez, Gabriel Fuentes y Luis Díaz, todos de buena presentación. Junior una vez más se quedó sin el pan, sin el queso, sin la manzana, sin nada.

Este domingo, con fútbol y pundonor, el Tiburón silenció por un largo rato el Atanasio, que pasó de las oraciones al júbilo; de los insultos, a los gritos de idolatría; de comerse las uñas una y otra vez a gritar enloquecidamente cada gol clasificador de Germán Ezequiel Cano, el salvador de la noche.

Al final, la celebración poderosa fue con euforia, arrebato, invasión de campo… mientras los jugadores del Junior, derrotados, se lamentaban en el campo por la gran opción desperdiciada.

Dos realidades opuestas. Mientras Teófilo Gutiérrez se quedó en el banco, por desgaste físico y bajo rendimiento, Germán Cano salía entre hombros del campo, mientras vitoreaban una y otra vez su nombre. La imagen de un goleador que sí le respondió a sufrida afición.