En video | Un corazón con ojos para Junior
Santiago Andrés Ibarra Barbosa, un furibundo hincha del equipo rojiblanco, goza y siente con todo los partidos del cuadro barranquillero a pesar de que sufre una discapacidad visual.
Dicen que solo es fútbol. Que solo son 22 jugadores tras una pelota. Que no hay una razón de peso para alegrarse o entristecerse. Dicen e insisten, con una seguridad pasmosa, que el fútbol no influye en el estado de ánimo y mucho menos tiene que ver con el amor, la religión, la amistad y los valores. Pero la verdad es que el fútbol no es solo fútbol, sino mucho más. El fútbol es ser fuerte en los momentos más difíciles, es convivir con la soledad aún rodeado de gente, es una alegoría de emociones que cura todos los males, es tener una identidad clara y, principalmente, es un puente para ser catapultado a un estado de felicidad y efervescencia que opaca todos aquellos grises que tiene el día a día.
Y es que de cada letra plasmada anteriormente puede dar fe Santiago Andrés Ibarra Barbosa, un niño de 11 años que perdió la vista luego de un trágico accidente en Caracas (Venezuela) cuando solo sumaba tres calendarios. Estaba jugando tranquilamente en su casa –como cualquier niño inquieto y travieso de su edad–, pero el destino le jugó una mala pasada y su cuerpo terminó rodando por las escaleras, un doloroso hecho que lo hizo sufrir un contundente impacto en su cabeza que le afectó sensibles nervios ópticos.
Por aquellos días y luego meses, Santiago lloró desconsoladamente. Maldijo y cuestionó la voluntad de Dios. Su corazón se desgarró y su casa sufría los embates de aquella delicada situación. Pero, tras lograr desahogar toda la frustración que le causó perder la visión, su vida empezó a recomponerse en Barranquilla, y, a pesar de que su mundo se volvió negro, que ya no podía observar el rostro de su madre, que los árboles desaparecieron del mapa y que los videojuegos llegaron a su fin, hubo una combinación de colores que no dejó de ver: la rojiblanca.
Y es que, a pesar de que Santiago es un niño sonriente y bonachón, hay una cosa que lo hace deleitarse y ser más feliz que escuchar los pregones del salsero Frankie Ruiz y es el Club Deportivo Popular Junior. Cada vez que se habla del cuadro tiburón el rostro del joven hincha se ilumina y su pecho se infla. Se ve más seguro y decidido que nunca, y yo, en un intento de probar su apasionamiento hacia el rojiblanco, lo reto a identificar la piel tiburona con tres prendas que pongo sobre sus manos, de las cuales dos son deportivas.
Las identificó sin problemas y de un tajo me cerró la boca. “Esta que me pusiste es muy fácil. Esta es la de Papá, la del ‘29’, la que Teo me regaló (risas)”, dice sonriente. “Cuando Teo me la regaló estaba sudada, pero ya yo aprendí a identificar mi ropa porque tú nunca a mí me vas a ver disfrazao. Desde días antes de los partidos busco la camiseta de Junior y un jean bacano para tenerlo listo para el partido”, agrega en su relato.
En efecto, el pasado viernes Santiago tenía lista su pinta desde antes del mediodía sin importar que el juego de Junior ante Jaguares se iba a disputar casi siete horas después. Se envolvió sobre su cuello una bandera del cuadro barranquillero y esperó con ansias ese bello momento para él, que, sin importar el resultado de su amado equipo, le genera a su vida ir al estadio Metropolitano Roberto Meléndez.

En el Metro
Santiago tiene una seguridad impresionante sobre sí mismo. Le gusta ser independiente y valerse por cuenta propia, pero su condición no permite confianzas excesivas, y al igual que en la Institución Educativa Francisco José de Caldas, donde Juan Manuel Ortega, su mejor amigo, le sirve como lazarillo, en el Metropolitano tiene como escudero y fiel servidor a Ronald Barbosa, su tío, quien se encarga, con dotes de empírico relator, de explicarle cómo transcurre el juego.
La escena toca las fibras y, en más de una ocasión, los hinchas se lanzan sobre Santiago para darle la mano o intentar celebrar con él un gol.
“Mi tío me narra y me explica quien lleva el balón. A veces me enojo y me da rabia con Comesaña y los cambios que hace, pero yo al final lo respeto porque él es el entrenador. Ojalá él lea esto para que no haga eso. Pero la verdad es que a mí me causa una alegría muy grande ver a Junior y cuando no puedo me dan ganas de llorar. En el estadio yo soy feliz. Cuando mi tío me narra es como si yo estuviera viendo. En mi cabeza es como si pudiera ver”, cuenta Santiago, quien siempre va al estadio con la camiseta de Junior, una pantaloneta negra y medias blancas, como el futbolista que siempre ha querido ser.
El juego transcurre normalmente y Santiago no despega su oído de la boca de Ronald, quien además de narrarle el partido le comenta el número de aficionados que llegaron y datos curiosos del cotejo. El furibundo hincha pierde la concentración rara vez y cuando está dispuesto al diálogo firma par de comentarios que generan carcajadas de inmediato en los presentes que se agolpan en la tribuna occidental baja.
“Para mí Teo es el mejor. El 29 es el crack. Después de él viene Borja (Miguel) y Viera. Teo es mi ídolo y ha sido uno de los mejores jugadores que ha tenido el equipo. El que si nunca me ha gustado es Toloza (risas). Es muy malo, igual que Matías Mier. Yo creo que ellos dos son los que peor han jugado en Junior”, relata Ibarra con una sonrisa pícara.
‘Santi’ usa en el estadio un bastón que no le gusta. Lo agarra con firmeza, pero se nota que prefiere estar sin ese palo metálico. Mueve su cabeza cuando le cuentan que Junior está atacando decididamente y no duda en seguir el ritmo de los estruendosos bombos que usan las barras del equipo para lanzar cánticos sobre los Tiburones.
“Creí que eran las 6 de la tarde porque alcanzo a ver algunas sombras”, confiesa Santiago, quien cuando está en un lugar demasiado iluminado su ojo derecho, intervenido quirúrgicamente en dos ocasiones, alcanza a captar algunas siluetas sin mayor forma o color.
“Yo era muy bueno. No sé por qué Dios me castigó así, pero si él me quiso quitar la vista fue por algo, porque ahora me están llegando muchas bendiciones como la gente que me da la mano para ver a Junior en el estadio”, agrega.
A esta altura de la historia James Sánchez, en propia puerta, puso el juego a favor de Jaguares 1-0. La derrota parcial cae como un balde de agua fría sobre todos los presentes. Increíblemente algunos se levantan de los asientos y se van quién sabe a qué lugar, pero Santiago se mantiene firme, despierto, con la ilusión intacta de que Junior, el equipo de sus amores, el club que define en muchas ocasiones su estado de ánimo entre la semana, el cuadro que lo hace ‘ver’ con claridad y llena su vida de felicidad, pronto dará vuelta al marcador.
“Mi amor por Junior nació hace muchos años. Yo alcancé a conocer el Metropolitano y me parece muy hermoso. Yo me acuerdo cuando veía al público y a los jugadores Cuando estoy con mi tío trato de preguntarle si el gol fue bacano o fue barro. Y si el partido es hueso me pongo bravo con Junior y pido que toquen más, que jueguen mejor”, expresó.

Júbilo
Tras unos 45 minutos amargos Santiago Ibarra Barbosa pudo –por fin– explotar en júbilo. Lo hizo en tres ocasiones y su festejo duró más que el de cualquier hincha. Edwuin Cetré, Miguel Borja y Didier Moreno fueron los autores de su felicidad. Saltó en un solo pie, en dos, con su tío al mismo tiempo y con uno que otro fanático que estaba en las filas detrás de él. Su feo bastón lo alzó por los cielos y este dejó de cumplir cualquier función de soporte. El fútbol, ese deporte que dicen que es solo fútbol, lo volvió a hacer.
El pequeño joven se iría a su casa con una sonrisa de oreja a oreja. Con el corazón hinchado de la felicidad y con razones de peso gracias a Junior, que lo hace vivir sus días con mucha más alegría a pesar de la ceguera.
“No hay que perder la esperanza más allá de que uno no pueda ver o no pueda caminar. Yo lo que le digo a cualquier persona es que siga adelante a pesar de los problemas y que apoyen al Junior”, concluyó el joven hincha.
Momento valioso
El año pasado Santiago se hizo viral en redes sociales luego de que fuera captado por varias cámaras mientras César Daza, un hincha bogotano de Santa Fe que narra fútbol con una tabla especial, lo ayudara a entender mejor lo que pasaba en el campo. “Fue muy bacano porque él me iba narrando el partido con una tabla que tenía los relieves con las partes de la cancha. Quisiera volver a repetir esa experiencia. César Daza es una persona que quiero mucho”, manifestó Santiago, a quien le va bien en el colegio gracias al braille, un sistema de lectura táctil pensado para personas ciegas.