Isla Pensilvania, una comunidad ignorada que lucha por sobrevivir
Habitantes de este lugar aseguran que el Río les ha “arrebatado” sus tierras, impidiendo el trabajo agrícola. Reportan “abandono total” por parte de las autoridades.
Desde 1965 un grupo de pequeños campesinos del Atlántico llegó para habitar un pedazo de tierra rodeado por las aguas del río Magdalena que separan a Barranquilla de Sitionuevo (Magdalena). Motivados por la fertilidad de la tierra en la isla Rondón –que después pasó a llamarse isla Pensilvania– más de 80 familias colonizaron el territorio con el propósito de sembrar frutas, verduras y tubérculos.
Transcurrieron más de 20 años y la isla se posicionó como “una despensa” de la capital del Atlántico. No obstante, en la actualidad, ese panorama es solo una memoria de bonanza de los que llegaron ahí cuando eran más pequeños.
Ángel de la Cruz, quien ha pasado su vida labrando la tierra en la isla, recuerda que en 1968, a través del Instituto Colombiano de la Reforma Agraria (Incora), se formalizó la división del territorio, repartiendo las 54 parcelas que conformaban la isla entre los campesinos que ahí habitaban. En cada una de estas germinaron semillas de melón, guayaba, guanábana, naranjas, tomates y coles, entre otros alimentos. Pero en 1985 los pequeños campesinos de Pensilvania notaron un fenómeno adverso: el río empezó a arrebatarles la isla.
“Nosotros habitamos aquí desde antes de que se construyera el antiguo puente. Cuando se terminó de construir totalmente en 1974, ingenieros notaron que la corriente de río Magdalena podría afectar parte de la estructura del lado de Sitionuevo; entonces, construyeron unos espolones de más de 400 metros de largo, que encauzaron las aguas hacia la isla y, a partir de ahí, empezamos a perder tierra. Actualmente, solo contamos con cuatro parcelas. Perdimos más del 90 % de la isla. A esta tierra se la llevó el río”, explicó el hombre de 65 años.
Actualmente, solo contamos con cuatro parcelas. Perdimos más del 90 % de la isla. A esta tierra se la llevó el río
La situación afectó directamente el recurso que los labriegos utilizaban para vivir: la tierra. A medida de que los campesinos han sido espectadores del desvanecimiento de sus parcelas, han optado por migrar hacia otros lugares del Atlántico o el Magdalena. Quienes decidieron quedarse, ya no consideran el trabajo agrícola como una primera opción para ganarse la vida.
“Ahora mismo, las personas tienen un recurso activo de cortar pasto, también tienen sus árboles frutales y hortalizas que les sirven de pan coger; sin embargo, es complicado. No es un negocio del cual se pueda vivir. Por eso las nuevas generaciones han decidido trabajar como jornaleros en empresas aledañas al puente. Son pocos los que tienen el privilegio de trabajar un pedacito de tierra en la isla, porque el río ya no deja trabajar”, expresó Régulo Orellano Díaz, considerado el más veterano de Pensilvania.
Las nuevas generaciones han decidido trabajar como jornaleros en empresas aledañas al puente. Son pocos los que tienen el privilegio de trabajar un pedacito de tierra en la isla, porque el río ya no deja trabajar
Con la intención de lograr que las autoridades tomaran las acciones pertinentes ante la situación, en la isla se organizó una Junta de Acción Comunal para manifestar formalmente sus necesidades. Sin embargo, conforme con lo expuesto por los moradores, ganó la resignación colectiva, debido a que nadie escuchó sus requerimientos.
“La gente está cansada de tanto pedir ayuda y que nadie responda. Nadie se acerca a conocer las necesidades de nosotros. No viene la Alcaldía de Sitionuevo, ni la administración departamental. Yo siempre digo que acá solo llega Dios y algunas personas que, sin ánimo de lucro, vienen a hacer actividades con los niños”, manifestó Laura Rodríguez, habitante de Pensilvania.
La gente está cansada de tanto pedir ayuda y que nadie responda. Nadie se acerca a conocer las necesidades de nosotros
Los moradores de la isla también expresaron que, en este ciclo de olvido, han sentido el impacto de un desarrollo urbano que “no tiene en cuenta a la población de Pensilvania”, haciendo referencia a que, con la construcción del nuevo puente Pumarejo, ha incrementado la exclusión de este grupo de personas.
“El puente Pumarejo nuevo tiene muchos beneficios para el Atlántico y el Magdalena, pero su construcción le dio la espalda a la isla y nos han dejado aún más excluidos. Nos iban a quitar la luz el año pasado en plena Navidad y, ahora, es un problema transportarse por el puente viejo, que es nuestro acceso”, dijo Rodríguez.
El puente Pumarejo nuevo tiene muchos beneficios para el Atlántico y el Magdalena, pero su construcción le dio la espalda a la isla y nos han dejado aún más excluidos
Además, explicó que, durante el día, se le impide el paso a los medios de transporte –como mototaxis– por lo cual los niños que residen en Pensilvania deben caminar hasta 40 minutos para poder llegar a sus instituciones educativas.
Por su parte Viviana Díaz, quien dice vivir en Pensilvania desde hace más de 33 años, aseguró que este “abandono” también ha privado a los moradores de la isla de muchos derechos fundamentales, como el derecho a la educación, salud y al agua potable.
“Para ponernos vacunas de cualquier tipo, debemos ir hasta Barranquilla y no todos tenemos el dinero para hacerlo. Respecto a la educación, aquí hace mucho tiempo ya no hay colegio, por lo cual toca mandar a nuestros hijos a Barranquilla o Soledad. Eso representa un gasto. En el caso del agua, estamos rodeados de ese recurso, pero no es potable. Toca limpiarla aquí con nuestros procesos rudimentarios. Siempre ha sido así. Vivimos en una incertidumbre porque ya no sabemos qué pasará con nosotros”, expresó.
En el caso del agua, estamos rodeados de ese recurso, pero no es potable. Toca limpiarla aquí con nuestros procesos rudimentarios. Siempre ha sido así
Una escalera de hierro de casi 20 años es el único medio que conecta a la isla con el resto del mundo. Por ahí, circulan las más de 120 personas que viven en Pensilvania y, además, los foráneos. Ese “trajín” y las condiciones del ambiente, han dado lugar a que las láminas de esta escalera se hayan sulfatado y hoy represente más bien un riesgo para la comunidad.
“Vivo con miedo de que alguien se caiga de ahí. Ya esa escalera no es segura. Han ocurrido accidentes con animales que han caído y se han muerto. Tenemos pensado desmontarla y construir una de madera”, dijo Ángel de la Cruz, quien también ha liderado el proceso de elaboración de todas las escaleras que han conectado a la isla con el viejo puente.
Ya esa escalera no es segura. Han ocurrido accidentes con animales que han caído y se han muerto. Tenemos pensado desmontarla y construir una de madera
Los residentes de este lugar analizan su situación actual con desolación, asegurando que el abandono, los niveles del río y su “inminente desconexión con el mundo” podrían dar lugar a una migración forzada, que terminaría superando las historias paranormales más tenebrosas que circulan en Pensilvania, convirtiendo este territorio en una “isla fantasma”.