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Cuando se trata de relaciones diplomáticas entre países la peor opción siempre será la de cerrar todas las puertas. Hasta con los peores enemigos se requiere tener un canal de comunicación, que permita 'quemar el último cartucho'. Hasta con los sátrapas hay que dejar siempre una ventana abierta. Así funciona la política internacional.

Estados Unidos –el principal referente a la hora de analizar las relaciones internacionales– siempre deja un canal abierto de comunicación. Ni en los peores tiempos de la 'guerra fría', por ejemplo, Estados Unidos cerró los canales de comunicación con la Unión Soviética. Tampoco lo hizo con Cuba durante la llamada 'crisis de los misiles' en octubre de 1962, cuando descubrió misiles soviéticos en suelo cubano. En ese momento –uno de los de mayor tensión mundial en los tiempos modernos– ninguno de los tres protagonistas de esa historia clausuró las puertas de entendimiento con sus enemigos.

El 'pragmatismo diplomático' terminó por imponerse y a la postre las partes llegaron a un acuerdo: la Unión Soviética retiró sus misiles de territorio cubano y Estados Unidos se comprometió a no invadir la isla. El llamado 'teléfono rojo' hizo el milagro de unir a Washington con Moscú.

Pues bien, a la novela de suspenso que se está desarrollando entre Colombia y Venezuela por cuenta de la captura de la exparlamentaria Aida Merlano en suelo venezolano le hace falta un 'teléfono rojo', un canal de comunicación no necesariamente oficial, que permita encontrar salidas diplomáticas a un caso de naturaleza política y judicial.

A esta novela de Aida Merlano en Venezuela le falta una buena dosis de 'pragmatismo diplomático' por parte del gobierno de Iván Duque. El manejo dado por Colombia al episodio ha sido tan errático que el mismísimo Nicolás Maduro está quedando como el estadista de la historia. Para decirlo en términos cinematográficos: Maduro posa de héroe y Duque de villano.

El mandatario venezolano está lavándose la cara por cuenta de la captura de Merlano y del manejo equivocado que Duque le ha dado a la situación. El mismo Maduro que viola todos los derechos y las libertades a la oposición venezolana, el que niega el ingreso a Venezuela a la CIDH para que constate la violación de los Derechos Humanos y el que cierra periódicos y canales de televisión opositores casi a diario, es el mismo que ahora invita a todos los partidos políticos colombianos y a los periodistas para que vayan a Caracas a entrevistar a Merlano, quien se encuentra recluida en El Helicoide, la cárcel más temida del vecino país. 'La senadora Merlano está hablando, quiere hablar y lo está contando todo', declaró Maduro en días pasados por televisión. No hay día en que no hable de Merlano y no amenace con desenmascarar a los políticos colombianos. 'El Gobierno colombiano –afirmó Maduro– quiere evitar un escándalo inaguantable'. Es decir, Colombia no solo reencauchó a Maduro, sino que ahora tendrá que aguantarse su perorata las 24 horas del día y los 7 días de la semana.

El gobierno colombiano debería entender que reconocer a Juan Guaidó como presidente de Venezuela y promover su figura a través del Grupo de Lima no significa cerrar los canales de comunicación con Maduro, mucho más cuando de lo que se trata es de asumir asuntos tan complejos y delicados como la detención de una exparlamentaria colombiana en suelo venezolano.

El propio Maduro en un sorpresivo arrebato de sensatez ofreció el 'restablecimiento de relaciones consulares con Colombia'. Pero la respuesta de Duque a su oferta terminó por cerrar una de las pocas ventanas que quedaban abiertas: 'Que no pretenda Maduro aplicar chantajes diplomáticos. Que no pretenda mostrarse como una palomita ante Colombia. Lo que tiene que hacer es deportar a Merlano', respondió Duque de forma contundente.

¿Cómo debe manejar el Gobierno colombiano las relaciones con Venezuela, luego de la captura de Aida Merlano en ese país?