¿Qué tanta envidia, soberbia, lujuria, gula, ira, avaricia y pereza hay por cuenta de la pandemia?

 

Lujuria

La inmensa mayoría de la población –no sólo en Colombia, sino en el mundo– no ha querido entender la gravedad del Covid-19. Aunque no se trata de todos los pacientes contagiados con el virus, si hay que decir que buena parte de ellos se vieron afectados por su comportamiento irresponsable, que los llevó a caer en los excesos, entre ellos muchos jóvenes que se creían inmunes al virus. Las fiestas y rumbas clandestinas en las que abundan drogas y licor tienen consecuencias fatales en el núcleo familiar de quienes asisten a ellas. Es en esos escenarios donde existe la mayor probabilidad de contraer el virus. Hay fines de semana en los que en Barranquilla, Santa Marta y Cartagena son intervenidas por las autoridades hasta 600 fiestas clandestinas, cada una de ellas con decenas de asistentes. ¡Ese desenfreno ilimitado y carente de valores humanitarios tiene graves consecuencias!

Gula

El consumo desbordado de comidas y bebidas también es un pecado capital que se ha exteriorizado con mucha fuerza por cuenta de la pandemia. La cuarentena ha estado acompañada de un apetito voraz, producto del estrés ocasionado por el hecho de permanecer enclaustrados por tanto tiempo. El crecimiento de la barriga ha sido directamente proporcional al número de días encerrados. Pero que quede claro: no se trata de dejar de comer, sino de hacerlo de forma racional y moderada. Igual pasa con el consumo de licor. La ley seca –adoptada en algunas ciudades– creó un mercado clandestino de bebidas alcohólicas, que hoy genera grandes ganancias. Hay una especie de “mercado negro” –del que participan algunas autoridades– que ha servido para fomentar la corrupción. En algunos casos la ley seca afectó las arcas de municipios y departamentos –que se favorecen con la venta legal de bebidas alcohólicas– y benefició a quienes trafican licor de forma ilegal. El consumo desmedido de alcohol también se refleja en el incremento de conductas criminales y reprochables, como el maltrato de género y los feminicidios, que también han crecido durante la pandemia.

Avaricia

Los mejores ejemplos de la avaricia durante la pandemia son las potencias mundiales y los grandes laboratorios farmacéuticos que producirán la vacuna contra el coronavirus. Estados Unidos, por ejemplo, acaparó buena parte de la producción de vacunas, así como de medicamentos para tratar la enfermedad. Hoy en los países tercermundistas escasean medicamentos y están a la espera de turnos para adquirir vacunas. Mientras tanto las potencias tienen muchas más vacunas de las que necesitan. ¿No es eso una demostración de avaricia? ¿De qué les sirve a Estados Unidos, Alemania y Reino Unido tener más dosis de las que necesitan? Los laboratorios que producen vacunas también han sido avarientos. En lugar de donar las patentes a la Humanidad, decidieron comercializarlas poniendo ellos las condiciones. En algunos casos, como ocurrió en Argentina con Pfizer, varios gobiernos prefirieron no comprarles la vacuna por considerar “inaceptables” sus condiciones. Una de ellas era la de no asumir la responsabilidad de los “daños colaterales” que podría producir su aplicación en la población. Nadie pide que los laboratorios dejen de ganar plata, pues se trata de un negocio: lo que se les pide es un poco de sentido humanitario, pues hay personas y países que no pueden pagar una sola dosis. Un botón de muestra: mientras el precio de sus acciones no paran de crecer, Pfizer y Moderna podrían ganar este año por la venta de vacunas unos 32.000 millones de dólares.

Pereza

Otro grave y letal pecado capital cometido durante la pandemia es la pereza. La flojera de no ponerse el tapabocas o de no usarlo de forma correcta puede costarle la vida a una persona. Punto. La pereza de no lavarse las manos con buen jabón y de no aplicarse alcohol de forma constante tiene consecuencias fatales. La pereza es una de las mejores aliadas del coronavirus. Toda persona debe querer su cuerpo y la mejor manera de quererlo es cuidándolo. El aseo personal salva vidas. El ejercicio diario, cumpliendo con los protocolos de bioseguridad, contribuye a mantener un organismo sano y saludable. Los gobiernos –nacional y local– también deben contribuir a combatir la pereza de los ciudadanos. ¿Cómo? Fomentando la práctica de ejercicios al aire libre bajo estrictas medidas de bioseguridad. El sedentarismo –propio de tiempos de pandemia– atenta contra la buena salud del organismo. De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), la obesidad es un enorme factor de riesgo de muerte en pacientes con Covid-19, al igual que la diabetes. Ambas se combaten con una dieta saludable y con efectivos planes de ejercicios físicos.

Ira

Si algo nos ha faltado durante la pandemia ha sido paciencia. Y la impaciencia produce rabia, que muchas veces se traduce en deseos de hacerle daño a otras personas. El desahogo de la ira casi siempre viene acompañado de una agresión física o psicológica contra alguien. Es la manifestación de la frustración o la impotencia. El hecho de estar confinados por tanto tiempo y en medio de una incertidumbre generalizada nos afecta psicológicamente. El encierro indefinido nos perturba la mente. Es apenas natural que ello ocurra. Una cuarentena indefinida deja graves consecuencias en las personas, en especial en aquellas poblaciones más vulnerables, como los niños y los ancianos. Una medida restrictiva, como el encerramiento por horas y hasta por días y meses, de inmediato genera una enorme frustración en las personas que sienten coartada su libertad de forma arbitraria, aunque dicha medida tenga plena justificación. Y si la decisión se vuelve recurrente y constante, entonces la frustración inicial se convierte en rabia y en ira desmedida.

Envidia

No está mal celebrar los éxitos de los demás. Así debe ser. Los triunfos de las otras personas debería alegrarnos a todos. Mucho más si dichos logros se traducen en bienestar de la mayoría de las personas. Una medida acertada del presidente de la República, o de un mandatario local o departamental, debe celebrarse por toda la población, incluyendo sus opositores. ¿No se trata acaso de salvar el mayor número de vidas en medio de esta pandemia? ¿Es acaso un pecado reconocer públicamente el acierto de un gobernante? Hoy en día reconocer que un mandatario ha tomado decisiones correctas es exponerse a ser devorado en las redes sociales por una jauría de malquerientes que no ven más allá de sus odios y resentimientos. Igual ocurre cuando un empresario da muestras de altruismo y generosidad, ayudando a quienes más lo necesitan. Ese gesto es interpretado de inmediato como una muestra de sus “ocultas ambiciones políticas” o como una expresión de una supuesta mezquindad que solo cabe en la cabeza de los –ellos sí– mezquinos. La envidia no siempre consiste en desear los bienes o los éxitos de los demás, sino en algo peor: desear que a esas personas les vaya mal, sin importar lo mal que les pueda ir a quienes les tienen envidia. En otras palabras: no importa que a esas personas les vaya mal, siempre y cuando a quien le ha ido bien le vaya peor que a ellas. Aunque no hay envidia “de la buena”, como dicen algunos envidiosos, esta envidia es la peor de todas. Razón tenía el “filósofo popular” Martín Emilio “Cochise” Rodríguez: en Colombia la gente se muere más de envidia que del corazón.

Soberbia

Soberbia es lo que les sobra a ciertos gobernantes que se creen superiores a quienes gobiernan. Creen que los títulos y doctorados los convierten en seres superiores. Son gobernantes que carecen de la humildad necesaria para reconocer que se han equivocado muchas veces. Por soberbios no admiten que sus errores han tenido y tienen consecuencias en pérdidas de vidas humanas, en empleos y en quiebra de decenas de empresas. La soberbia es de los peores pecados capitales de la pandemia porque ha llevado a gobernantes como Donald Trump y Jaír Bolsonaro, entre otros, a jugar con la vida de millones de sus compatriotas al no reconocer la gravedad del Covid-19 y su enorme letalidad. Es soberbio también el gobernante que cree saber más que los especialistas, como epidemiólogos o virólogos, quienes sí son expertos y pueden hablar con propiedad sobre los efectos mortales del virus. Su prepotencia no tiene límites, pues siempre encontrarán a quien echarle la culpa de sus propios errores. Jamás admitirán que se equivocaron en la toma de algunas decisiones. Su egolatría y narcisismo los lleva a ignorar a quienes si tienen la preparación o la capacidad para tomar decisiones acertadas. La soberbia del gobernante es el camino más expedito y efectivo para llevarlo al fracaso.

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