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Hay en Colombia tantos temas importantes para tratar, que dudé mucho antes de ponerme a escribir estas líneas. Pero pudo más la vergüenza ajena y el impacto que me causó el ver a una joven mujer, llena de impotencia, tenerse que agachar al lado de la carrera 46, a plena luz del día, en las inmediaciones de dicho peaje, para evitar orinarse sobre su propia ropa de ejercicio, luego de una maratónica jornada de trote matutino, cuyo punto final de encuentro para los participantes debía ser el arribo al peaje Los Papiros.

Una vez allí, luego que el grupo logró la meta de recorrer 9 kilómetros de trote, pude ver a esta mujer cómo caminaba desesperada de un lado para otro, sin que nadie pudiera convencer a los encargados del peaje de prestarle el baño para tan apremiante situación. Personalmente no me aguanté y de manera muy respetuosa hablé con uno de los bien uniformados y entrenados guardianes del peaje, tratando de persuadirlo con todo tipo de razonamientos, sin que pudieran ablandar su radical postura. Me habló sin mirarme a los ojos, y con la frialdad de un autómata argumentó razones del “protocolo de seguridad” existente en el peaje y de la imposibilidad de prestar el baño a un extraño, así fuera a una dama en emergencia.

Puedo incluso entender las razones del guardia a quien se le da una orden de este tipo y que por temor a perder su puesto y el sustento familiar prefiere ver a una mujer sufrir el escarnio público. Puedo también, a partir de esa desagradable experiencia, darme cuenta del larguísimo camino que nos queda por recorrer para volvernos a convertir en la “Puerta de Oro de Colombia”.

Alfredo Amín-Prasca

alfredoaminprasca@gmail.com