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La sala de la Fundación Luneta 50 ha sido el escenario principal del festival. Jesús Rico y Hansel Vásquez
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El teatro de títeres, arte que lucha contra la extinción

Es una de las expresiones artísticas más antiguas de las que se tiene conocimiento. En Barranquilla se realiza la sexta edición del festival Titerequilla 2017.

Un salón oscuro, con luces tenues amarillas, verdes y rojas que iluminan las sombras de pequeños seres con formas diversas, es la caja mágica que se abre al ritmo de las voces y los movimientos de hombres y mujeres que manejan los hilos de las historias de estos personajes y les dan vida a sus ‘esqueletos’ de trapo como si fueran extensiones de su cuerpo.

Los títeres no tienen alma, pero la toman prestada cada vez que un brazo se vuelve su columna vertebral, y una mano gesticula por ellos. Hablan, piensan y hasta llegan a tener sentimientos. La conexión es tal, que se podría comparar a la de una madre en gestación con su hijo a través del cordón umbilical. En un instante, el cerebro del ‘dios’ que los anima y los objetos que reciben el soplo de vida, es uno solo.

El origen de los títeres se remonta al año 2.000 a.C., cuando los primeros hombres vieron el movimiento de sus sombras en las cuevas y su vida cambió para siempre. “Surgió la necesidad de hacer figuras y el primer material fue la piel de los animales que cazaban. Fue la primera manifestación de títeres que existió, se crearon para el teatro de sombras”, de acuerdo con la página especializada Titerenet.

La fascinación de dar vida a objetos inanimados, la misma que sintieron los hombres de las cavernas, fue lo que cautivó a Daniel Di Mauro, uno de los invitados al Festival Titerequilla 2017, quien entró en este mundo por su padre y su tío. “Desde que tenía seis años hacía títeres con mi primo en el patio de mi casa, y los amigos nos pagaban con carritos, soldados, chupetines, dinero o lo que fuera. Las ganancias no eran muchas, pero era satisfactorio porque sabíamos que la gente venía a pasar un rato agradable”, comenta el nacido en Córdoba, Argentina, hace 64 años.

Daniel Di Mauro, Estrella Malavé, Julia Sigliano y Manu Mansilla.

Eduardo, su padre, y Héctor, su tío, fundaron el teatro de títeres La Pareja, en Chile, en el año 51. Luego recorrieron el país llevando su espectáculo, hasta que en el 76 los padres de Daniel se trasladaron a Venezuela, donde continuaron la tradición. “Seguimos con la misma labor en ese país, conformando grupos de títeres y realizando temporadas y giras. Cuando mi padre fundó el teatro Tempo me entregó La Pareja para que yo continuara con el proyecto familiar de cultura popular. Desde entonces, con Estrella, mi esposa, hemos mantenido un repertorio relacionado con el imaginario cultural venezolano”, agrega.

Estrella Malavé siempre estuvo rodeada de arte. Es bailarina de danza tradicional venezolana y fue en ese camino que conoció a la familia Di Mauro, pues la mamá de quien hoy es su esposo compartía con ella la pasión por el baile. “Primero conocí a la madre de Daniel, porque ella llegó al grupo donde yo trabajaba. Me familiaricé con lo que ellos hacían con los títeres, me hice novia de él y empecé como su ayudante”.

Su tímido papel de asistente del titiritero profesional la fue enganchando en lo que se ha convertido en otra de sus pasiones. De poner la música para las funciones y sacar el muñeco cada vez que era necesario, poco a poco se fue tomando confianza con pequeñas apariciones. “Ya Daniel no podía hacer las voces femeninas porque le costaba mucho. Entonces me atreví a hacerlo con un muñeco que corría para allá y para acá. Desde siempre he sentido respeto por esto, para mí es un acto sagrado”.

En un principio su relación no convenció a los familiares de Estrella porque consideraban que ser titiritero era una profesión “indefinible”. “Mi mamá me dijo que cómo íbamos a vivir de eso y ahí está: hemos criado hijos, nietos, tenemos un apartamento y además hemos recorrido el mundo. De esto sí se puede vivir”, dice la mujer de sonrisa amplia y cabellos rizados color plata.

En Lincoln, Argentina, Julia Sigliano, empezó su vida como artista. “Siempre hice teatro, desde chica. Cuando terminé la secundaria sabía que quería ser actriz. Me fui a la capital a estudiar la carrera y allá conocí los títeres”, recuerda.

Fue amor a primera vista. “Me enamoré, me volví loca, dije: Dios, esto es lo que yo quiero hacer. Sabía que en el teatro de títeres podía fundir todo lo que me gustaba, por eso me inscribí en la Escuela de Títeres Ariel Bufano, del teatro San Martín”.

Esa pasión, Julia la deja en cada tabla que pisa. Su puesta en escena es tan enérgica que envuelve a los espectadores en una sumisión de querer ver y escuchar más. ‘Asfixia’ es una de las funciones que trajo a Titerequilla 2017, de la Fundación Luneta 50, en su sexta edición, una performance que “deja sin respiración”.

Dimitry, un hombre celópata, inseguro y violento, es el muñeco que ella se echa al hombro para hacer su presentación. “Técnicamente solo somos compañeros de trabajo, hay una relación de amor-odio también, pero debo confesar que en algunos casos me provoca sacármelo de encima”.

Junto a ella está su “compañero de la vida, del amor”. Manu Mansilla y Julia se conocieron en la escuela de títeres y desde ahí han compartido su pasión por este arte, que él recuerda desde que era pequeño.

La argentina Julia Sigliano en un momento de la obra ‘Asfixia’.

La imagen la trae a su memoria en un flashback: se ve sentado en una butaca sin poder tocar el piso. “Cuando yo era muy chiquito mi mamá me llevaba al teatro. Tengo muchos recuerdos viendo títeres y me sentía cómodo en esa situación. Cuando me tocó elegir qué hacer, recurrí a los recuerdos de infancia, en los que estaba muy placentero. Yo fui a estudiar al lugar de donde eran esos tipos que veía cuando era menor”.

A los 16 años quiso entrar a la escuela de títeres, pero no le fue posible porque no había terminado el secundario. “La escuela me dio herramientas, pero no me formó en lo que yo creía que era la profesión o en lo que yo quería que se transforme la profesión. Fui encontrando otras formas. Soy un claro ejemplo de que hay que llevar los niños al teatro porque pasan cosas”, dice.
“Yo nací en el 82, y en ese año y el siguiente Argentina recuperó la democracia. Hubo una reapertura de la cultura y todo volvió a suceder en la calle. El empoderamiento fue muy fuerte y se expusieron procesos artísticos que estaban naciendo en el momento”, explica.

Este arte antiguo resiste los avatares de la modernidad, esa que, según Mansilla, considera que lo que se necesita es “más cine 3D”,  pero en criterio del titiritero: “Si siguen inventando el cine en dimensiones, la gente pronto va a descubrir el teatro. Cada vez el cine es más real, en algún momento van a dar toda la vuelta y van a llegar a donde todo comenzó”.

La noche termina entre aplausos y ovaciones. Una venia es la señal de agradecimiento para las muestras de admiración. El humano se despide y el muñeco sabe que debe ir a la caja, esa que se abrirá mañana nuevamente ante los ojos de espectadores, grandes y chicos, que experimentarán una sensación de desequilibrio mental cuando descubran en seres inanimados las emociones más reales.

En Luneta 50: Funciones de hoy 

• ‘El mundo de Dondo’
Hoy, a las 4:00 p.m., estará en escena la Compañía de Julia Sigliano con la obra ‘El mundo de Dondo’. La obra que presentará es un recorrido por las preguntas que los niños se hacen sobre lo que significa nacer y crecer. Dondo es el protagonista, al que el público conocerá desde la gestación y el nacimiento hasta los primeros años de su vida.
 
• ‘Rapsodia de lujuria y cuernos’
Finaliza la programación para adultos de Titerequilla a las 7:00 p.m., con una divertida pieza a cargo del Grupo La Pareja, de Venezuela. El espectáculo se titula ‘Rapsodia de lujuria y cuernos’, un conjunto de historias basadas en textos de exquisita factura, extraídos de las plumas de Eduardo Di Mauro, Javier Villafañe, César López Ocón y Ramón del Valle Inclán.

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