Un millón de especies animales y vegetales, de los ocho millones existentes, se encuentran amenazadas de extinción y pueden desaparecer en pocas décadas si no se adoptan medidas urgentes y eficaces.

El estremecedor mensaje es la síntesis de un informe auspiciado por la ONU que un grupo de expertos en biodiversidad presentó el lunes pasado en París y que, según los entendidos, es el estudio más ambicioso de cuantos se han llevado a cabo en la materia.

De acuerdo con el informe, el 75% del entorno terrestre y el 66% del marino están “gravemente alterados” por la actividad humana. El presidente de la plataforma de expertos que preparó el estudio, Robert Watson, no pudo ser más elocuente al describir las consecuencias a las que se puede enfrentar la humanidad si persistimos en esta desbocada carrera hacia el abismo ambiental: “Estamos erosionando los fundamentos mismos de nuestras economías, nuestros medios de subsistencia, la seguridad alimentaria, la salud y la calidad de vida de todos”.

No es el primer informe que advierte sobre los estragos que puede causar la depredación humana. Pero sí el que ha profundizado con más elementos de juicio en lo que muchos consideran la mayor amenaza que planea sobre la especie humana.

El estudio, en el que participaron unos 450 expertos durante tres años, identifica los cinco principales factores que inciden en el problema y que son, en este orden: el uso de tierras (agricultura agresiva, deforestación), explotación descontrolada de recursos (pesca, caza), cambio climático, contaminaciones de diversos tipos y actuación de especies invasivas.

El denominador común en todos ellos es que aparece, en distintos grados, la responsabilidad del ser humano. Si nos atentemos al libro ‘De animales a dioses’, del israelí Yuval Noah Harari, los sapiens tenemos ya un prontuario de decenas de miles de años como los mayores depredadores del planeta. Sin embargo, nunca antes en nuestra historia como especie habíamos tenido, como tenemos hoy, tanta conciencia de nuestro poder devastador y nunca habíamos debatido tanto sobre cómo contener nuestros instintos. Es el consuelo que nos queda y nuestra última posibilidad de redención.

El informe, pese a sus resonancias apocalípticas, abre un resquicio a la esperanza. Si actuamos ya, si los líderes políticos reaccionan con contundencia, si el desarrollo económico se logra conciliar con el ecosistema, aún estaríamos a tiempo para evitar una catástrofe de enormes dimensiones. ¿Estaremos a la altura del desafío?